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OPINANTAS / L. Quintanar – En la era actual, marcada por una constante hiperconectividad y avances tecnológicos sin precedentes, Perfect Days de Wim Wenders es un refrescante tributo a la belleza de una existencia humana simple y la vital importancia de saborear el momento presente. La trama se despliega a través de la vida de Hirayama, que trabaja limpiando inodoros en Tokio, ofreciendo su perspectiva particular sobre la cotidianidad y planteando interrogantes sobre los caminos que llevan a un individuo a encontrar satisfacción en las tareas más humildes. La elección de Tokio para esta trama no parece trivial, pues el tipo de vida del protagonista ofrece un contrapunto a la clásica imagen de una sociedad japonesa inmersa ya en un mundo digital avanzado.

La interpretación de Koji Yakusho convierte a Hirayama en un personaje cuya rutina diaria, lejos de parecer tediosa, se llena de significado con gestos simples y placeres modestos. Hirayama es un personaje discreto y solitario, pero receptivo a las necesidades de otros; ya sea su joven subordinado en el trabajo o a su sobrina Niko. Hirayama también encuentra placer en momentos de tranquilidad, como sus almuerzos en un pintoresco parque urbano, donde la luz se filtra a través de las hojas de los árboles, instantes que captura con su cámara analógica, una práctica casi obsoleta en el siglo XXI. Ese deleite por la inmediatez se expresa de manera sublime en el encuentro entre Hirayama y el exmarido de una amiga suya (hasta ese momento desconocido para Hirayama).  En ese encuentro fortuito, el hombre desconocido le confiesa a Hirayama su padecimiento de un cáncer terminal. Luego de un intercambio sobre el amor, el miedo, la muerte y los arrepentimientos, los dos hombres se enfrascan en un juego infantil, persiguiendo la sombra el uno del otro, evocando una hermosa y sencilla pausa frente a la crudeza de la realidad.

La dedicación de Hirayama a su trabajo, que contrasta con la desidia de su joven ayudante, resalta la serenidad que hallamos en la aceptación del presente. Perfect Days sugiere que la esencia de la vida radica en apreciar esos instantes simples, sin buscar impartir lecciones de moral. Como es de esperar, el dedicado trabajo de Hirayama es interrumpido por usuarios cuyas necesidades naturales no pueden esperar más. Sin aspavientos o malas maneras, Hirayama, concede el uso de los sanitarios a estos usuarios desesperados y espera pacientemente mirando hacia el cielo o a sus amados árboles con una sonrisa.

Captura de pantalla del trailer de Perfect Days en la que aparecen Hirayama y su sobrina Niko. Autor: Maxpoto (Wikimedia – reproducción limitada de material sujeto a derechos de autor con fines de crítica o discusión de la obra)

Para reforzar el espíritu atemporal y, al mismo tiempo, de cierto anclaje físico en un lugar, la Torre de Tokio se erige como una constante en la película. Símbolo de la dinámica urbana es también metáfora de la estabilidad en el cambio. La Torre emerge como una especie de coloso solitario que contempla la vida de todos los tokiotas, Hirayama incluido. De la misma manera que el protagonista contempla con amor y ternura la luz que pasa a través de sus venerados árboles, Hirayama parece expresar reverencia por esa Torre de Tokio que le acompaña en sus andares por la ciudad.

La entrada en escena de Niko (sobrina del protagonista), y posteriormente de su madre (la hermana de Hirayama), sirve como un recordatorio de que quizá Hirayama no es tan ‘puro’ ni tan simple como muchos hemos pensado hasta ese momento. Es casi inevitable sentir cierto desasosiego al pensar que la presencia de estas dos mujeres nos revelará el pasado de Hirayama, sus pecados y sus errores, quizá incluso las razones que lo hicieron elegir una profesión que parece tan poco agradecida. Sin embargo, el maestro Wenders nos regala una escena conmovedora en la que, a pesar de su intimismo no se revelan los secretos de nuestro protagonista. Es sin duda, para mí, uno de los momentos geniales de una cinta ya de por sí sobresaliente. 

Cabe mencionar el papel que juega la música en la narrativa: la selección cuidadosa de Hirayama de casetes para sus trayectos diarios en automóvil incluye a artistas como The Animals, Lou Reed y, destacando al final del filme, Nina Simone. Esta elección musical, lejos de ser un cliché, aporta una sensación de intimidad y contemplación, culminando en una escena final conmovedora que resume el mensaje de la película: un llamado a valorar la belleza de lo cotidiano.

Perfect Days es, en su totalidad, una exploración visual, sonora, y emocional de la esencia del ser, el valor de la conexión humana y la importancia de vivir el presente. Wim Wenders nos invita a contemplar la vida desde una nueva perspectiva, recordándonos que, en la belleza de lo simple y del ahora, reside el verdadero placer de existir. Esta obra es un testimonio del poder del cine para capturar la poesía de lo cotidiano, dejando una huella imborrable en el espectador y motivándonos a redescubrir la belleza que nos rodea.

Luisa Quintanar

Economista y socióloga

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