*O. M-R. – No hace falta evocar el clásico de Hobsbawm, La invención de la tradición, para advertir que aquello que consideramos tradiciones son a veces usos relativamente recientes y, con frecuencia, el resultado de la hibridación de distintas costumbres previas. Numerosas prácticas que asociamos con el actual imaginario de la Navidad, empezando por el propio Santa, combinan elementos cristianos y paganos, tanto antiguos como modernos. A lo largo del siglo XIX, San Nicolás —uno de cuyos milagros fue ayudar a un padre con las dotes de sus hijas, arrojando monedas de oro por la ventana, que acabaron en los calcetines puestos a secar junto a la chimenea— terminó solapándose con diversas reinterpretaciones del dios nórdico Odín. Durante siglos éste fue imaginado como un hombre de larga barba y túnica que, con su ojo omnividente, surcaba las noches de invierno a lomos de Sleipnir, su caballo de ocho patas.
El origen de la tradición del belén, por su parte, suele situarse en 1223, cuando San Francisco de Asís, tras regresar de Tierra Santa, recreó el nacimiento de Jesús en una cueva con animales vivos. En las distintas regiones del mundo, los belenes se adaptan a las estaciones, los paisajes y la fauna y flora locales, que no necesariamente coinciden con los de la Palestina romana. Así, en Perú, encontramos escenarios montañosos y veraniegos; en México, algún guajolote y nopales; en Filipinas, carabaos y bambú; y cebús y baobabs en Nigeria. En España, donde la tradición llegó con Carlos III tras su reinado en Nápoles, las figuras de barro usadas popularmente en los belenes evocan oficios de antaño y trajes regionales.

Algunas de nuestras tradiciones culinarias navideñas más arraigadas, como el pavo de Nochebuena, ilustran genealogías igualmente caprichosas. Introducida en Europa desde América en el siglo XVI, la gallina de Indias o guajolote —el mismo que aparece en algunos belenes mexicanos y que los mayas tenían por animal sagrado— ganó popularidad entre la aristocracia inglesa y francesa por su tamaño y su carne fina. Se cuenta que,en 1540, Enrique VIII pidió por primera vez que se sirviera como plato principal de la cena de Navidad para impresionar a los comensales. De ahí pudo haber nacido una costumbre que se extendió a otras cortes europeas y, más tarde a las clases populares. De Europa, el pavo regresó a Norteamérica como plato para celebrar el Día Acción de Gracias que precede a la Navidad.
Sobre el origen del turrón, dulce navideño indispensable en nuestro país, circula una hermosa leyenda sobre un califa de Al Ándalus y su esposa, una princesa escandinava, que vuelve a evocar los cruces de imaginarios de los que a menudo nacen las tradiciones. La princesa echaba tanto de menos los paisajes nevados de su tierra que su esposo mandó plantar un bosque de almendros alrededor del palacio. De las flores, que emulaban la nieve, brotaron abundantes almendras que fueron aprovechadas para elaborar lo que se convertiría en los primeros turrones. Al igual que éstos, el mazapán forma parte de nuestra herencia árabe y mediterránea. En Centroeuropa, donde también es típico, llegó a través de la influencia turca. Los españoles lo llevaron a México, donde en ocasiones se elabora con cacahuetes, y los portugueses a Goa y Bombay, en la India, donde se utiliza anacardo molido para formar delicadas figuras navideñas.
En un mundo aún más conectado que en el pasado, nuestros usos y costumbres viajan, mutan, se cruzan y se adaptan con una rapidez creciente. Los rituales navideños no son una excepción. En la fiesta de Navidad del colegio de mi hija en Francia, junto con galletas de jengibre, madalenas y samosas, se sirvió chocolate caliente —bebida de origen prehispánico—, vino caliente, típico de las regiones frías de Europa, y masala chai indio. Niños de distintos orígenes culturales se acercaron a Papá Noel con la misma curiosidad e ilusión, decoraron galletas navideñas y cantaron villancicos. El próximo marzo, disfrutarán de una versión local del Holi, el festival hindú de los colores. Al conocer y hacer suyas distintas tradiciones, aprenden que el fin último de toda celebración es compartir la dicha.
Olivia Muñoz-Rojas
*Este artículo se publicó originalmente el 17 de diciembre de 2025 en la sección de Opinión de El País con el título ‘Las tradiciones navideñas siempre se mezclaron’ como parte de ‘El debate: ¿Es mejor una Navidad más global, o una más tradicional?’. Ricardo Calleja Rovira escribía ‘a favor’ de una Navidad más ‘tradicional’ en un texto con el título ‘Una celebración de luz con la sombra de la cruz’. Desde mi punto de vista, una mirada no excluye a la otra, sino que se complementan,