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O.M-R. – Hoy la maternidad y la paternidad son una elección. Pero nos conviene a todos, de eso no hay duda, que sea una elección atractiva. Hace unos meses la revista El Estado Mental publicaba un interesante intercambio entre jóvenes investigadores, periodistas y escritores en el que se ponía de manifiesto el rechazo hacia la maternidad y la paternidad que sienten muchos jóvenes en España que no se ven, no se imaginan, como madres o padres y, por otra parte, cómo una vez deciden, o decidimos, serlo, nuestra visión al respecto cambia diametralmente. Existen razones coyunturales (la crisis y la precariedad económica), pero, sobre todo, profundas razones estructurales que desincentivan el tener hijos en la actualidad. Derivan del hecho esencial que la reproducción no está en el centro de nuestro sistema económico y se manifiestan en la falta de apoyo institucional y social: desde la escasez de servicios de guardería hasta la imposibilidad, financieramente hablando, de pedir excedencias más prolongadas que las bajas preceptivas, pasando por una desigual distribución de tareas en el hogar entre mujeres y hombres que se acentúa con la llegada del primer hijo. Existe además un problema simbólico, de imagen. Resulta curioso que cuando hablamos de maternidad y paternidad y de todas aquellas cosas que hacen de ellas algo poco atractivo para muchos jóvenes – la ausencia de tiempo para uno mismo, la falta de sueño, las cacas y los vómitos, etc. – nos estamos refiriendo, sobre todo, a los primeros años de vida de una nueva criatura. Lo cierto es que, sí o sí, a partir de los tres años, los niños van a la escuela con un horario más o menos parecido al horario laboral. ¿Qué son tres años?

'Columpio' por The Photographer (Wikimedia Commons)

The Photographer (Wikimedia Commons)

Con todo, la noción de renunciar a todo y a uno mismo en un acto de sacrificio irreversible sigue presidiendo el universo simbólico que rodea a la decisión de tener hijos. Es un imaginario que no seduce a los jóvenes en sus veintes y treintas, tanto aquellos que han dedicado largos años a formarse y aspiran a continuar desarrollándose como individuos y profesionales, como aquellos que desean poder disfrutar de su ocio con plena libertad. Es importante no menospreciar esos primeros tres años de dedicación casi absoluta a esa nueva personita que llega al mundo y la revolución existencial y logística que supone para la mayor parte de madres y padres. Esta es en buena medida la imagen que ven los jóvenes en edad de procrear entre aquellos de sus pares que han decidido tener hijos y aquella que rechazan. Para los que están acostumbrados al estímulo constante, el desarrollar tareas monótonas y repetitivas y el vivir en el presente inmediato que supone cuidar de un niño pequeño llega a producir una sensación de anulación del yo, de disolución de la identidad individual. Yo escribía alguna vez durante los primeros meses de vida de mi hijo, “Misma sensación de vacío cerebral… no logro pensar más allá de lo indispensable para ser y estar. Es una sensación que nunca he tenido… de limón seco, al que no se le puede exprimir nada por mucho que uno presione.” Sufría además al creer percibir que mi entorno cotidiano, de repente, me veía exclusivamente como una madre y me urgía recordarles a todas esas personas que yo también era una profesional de la investigación. (Al mismo tiempo, esto no me hizo dudar en ningún momento de mi decisión ser madre ni me impedía sentir una enorme ilusión y satisfacción por serlo.)

El sistema capitalista siempre ha relegado la reproducción a un segundo plano, confiriendo un menor estatus social a las tareas y habilidades asociadas a la procreación y al cuidado, haciéndolas incompatibles, en particular, con la idea de emancipación femenina. Es fundamental entender y convencerse de que ser madre, ser padre, es una labor en si, un trabajo que requiere de excepcionales capacidades y competencias (ahora que está tan de moda hablar de ellas), entre otras, la de cambiar de registros y operar de manera fragmentada (la famosa multitarea). Un trabajo, en suma, a la altura de cualquier otra actividad considerada profesional y que debería formar parte de nuestro currículum e imagen pública.

Necesitamos un medio visual y simbólico (literatura, cine, publicidad, etc.) en el que circulen imágenes de madres y padres que alternan y combinan sus actividades profesionales y de cuidado, también de ocio, con naturalidad. Necesitamos, asimismo, que tanto las madres como los padres podamos hablar abiertamente de nuestras responsabilidades en el ámbito público y profesional sin el reproche de terceros y sin victimizarnos nosotros ni dar lecciones a nadie. No se trata de hacer presión a favor de la procreación ni de convencer a nadie de las bondades de ella. Se trata, eso sí, de visibilizar y normalizar formas de maternidad y paternidad alternativas a los modelos más tradicionales en los que se da una rígida separación entre las responsabilidades familiares, sociales y profesionales y lograr poco a poco que los servicios y las infraestructuras públicas y privadas se adapten a estas formas más flexibles. Es posible que en este proceso se consiga hacer más atractiva la imagen de la maternidad y la paternidad entre aquellos jóvenes que hoy no quieren tener hijos, despojándola del estigma del sacrificio y la renuncia individual absoluta y mostrando, por el contrario, que teniendo hijos es posible, no sólo conservar las mismas inquietudes y las mismas ganas de hacer cosas, sino ampliarlas y enriquecerlas. El gesto de Carolina Bescansa llevando su bebé al Congreso no va a revolucionar la legislación en materia de conciliación laboral-familiar, pero la imagen permanecerá en el inconsciente colectivo. Contribuye a situar simbólicamente la reproducción y el cuidado en la esfera pública y, por un instante al menos, a la par que la actividad política.

Olivia Muñoz-Rojas

Este artículo se publicó el 17 de febrero de 2016 en El Huffington Post.

7 pensamientos en “¿Hijos? ¡No, gracias!

    • Buenos dias, Karina,
      Muchas gracias por su comentario y por el enlace que he leído. Estoy de acuerdo en que medidas como dar dinero a las familias numerosas no son la solución a lo que se percibe como un problema (el que los jóvenes no tengan hijos) y que son medidas, esencialmente, de corto plazo y electoralistas.
      Creo, por otra parte, que una cosa no quita la otra y que solucionar el desempleo no esta reñido con mejorar las condiciones para tener hijos. De hecho, estoy convencida de que son parte del mismo problema: nuestro sistema económico, cada vez mas disfuncional e insostenible.
      Pienso también que el argumento acerca de los inmigrantes como garantes de nuestra tasa de natalidad se puede interpretar de forma igualmente perversa (xenófoba): que sean ellos los que, ademas de tener los empleos duros o mal pagados que nosotros no queremos, hagan el trabajo igualmente duro de la crianza.
      Creo, finalmente, que incluso a día de hoy, existen sociedades en las que la maternidad/paternidad es compatible con el desarrollo profesional e individual y con un alto nivel cultural. Eso demuestra que con voluntad política y social se pueden construir sociedades mas igualitarias en las que el que quiere trabajar puede y el que quiere ser madre/padre puede también.
      En fin, es este un debate muy interesante que nos afecta a todos y sobre el que, sin embargo, ni la sociedad española ni nuestros políticos parecen reflexionar mucho y menos aun en profundidad.
      Gracias, nuevamente, por su aportación.

  1. Creer que no se tienen hijos por razones económicas coyunturales, de comodidad, o influencia del sistema capitalista anticuidados,supone atribuir a la no madres el mismo tipo de razonamiento absurdo que os conduce a la mayoría a tenerlos. Vivael aantinatalista!

  2. Creo que es perversa tu interpretación de que es xenófobo permitir que vengan los inmigrantes a trabajar. Lo que es xenófobo es dejar que se mueran en sus países, mientras aquí algunos dicen que hace falta traer niños al mundo.

    Las sociedades avanzadas tienen menor tasa de natalidad. Cualquier intento por incrementar la tasa de natalidad es nefasto para la sociedad y para el planeta. ¿Existe paro? Sí. Pues entonces, ¿para qué fomentar que venga más gente al mundo si ya vienen suficientes?

    No estoy muy de acuerdo con tu interpretación de que el capitalismo ignora la natalidad. Le interesa mucha natalidad para tener mucha mano de obra barata, y muchos potenciales consumidores. Por eso se ayuda a la natalidad desde los gobiernos capitalistas.

    ¿De verdad crees que necesitamos modelos de padres trabajadores? ¿En serio que no conoces a mucha gente con niños y trabajando? Todos tenemos amigos, vecinos, familiares… que tienen hijos y trabajan. Creo que no es, en absoluto, necesario animar a tener niños, de ninguna forma. De hecho, creo que es muy irresponsable, en un mundo donde la superpoblación es considerada, por muchos, el mayor problema ecológico.

    Lo ideal sería que la población fuera estable (o se redujera lentamente). El crecimiento poblacional es muy arriesgado, y cuando estalle será muy duro. Y sabemos que si crece mucho la población, estallará.

    Sugiero leer esto: https://blogsostenible.wordpress.com/2011/05/18/%C2%BFes-un-problema-la-superpoblacion/

    • Gracias por tu comentario, Pepe. He leído el enlace que me indicas y que firmas y comparto prácticamente todo lo que explicas. Lo que, de momento, no me convence es que la manera de hacer sostenible el planeta incluya aceptar la baja natalidad en países como el nuestro como algo positivo que contribuye a paliar el problema de la superpoblación.

      Creo que el giro copernicano que necesitamos en nuestra manera de vivir para garantizar el futuro del planeta y de nuestra especie, implica, como digo en el artículo, colocar la reproducción y el cuidado en el centro de nuestro sistema social y económico: no para procrearnos como conejos, sino para que todo ser humano que así lo desee tenga la oportunidad de reproducirse en igualdad de condiciones, estructurales y simbólicas. Dicho llanamente: que las mujeres en los países más pobres tengan la posibilidad de tener menos hijos para poder desarrollar otros aspectos de su individualidad; y que las mujeres en los países avanzados tengan la posibilidad de tenerlos sin frustrar el desarrollo de otros aspectos de su vida.

      Obviamente, parto de la idea de que es deseable para las mujeres (y para la población en su conjunto) que éstas puedan desarrollar otros aspectos de su vida más allá de la crianza y que contribuyan a su autonomía, pero también de la idea de que muchas mujeres – no todas, desde luego – desean, asimismo, ser madres. Y parto asimismo de la idea de que es deseable que los padres se impliquen por igual en la crianza y en el cuidado. (Subyace a mi interpretación la noción de que el nudo gordiano de todo, empezando por la sostenibilidad del planeta, es la desigualdad de género, cuyas víctimas principales son las mujeres, pero también los hombres y, por ende, el conjunto de la población.)

      En fin, por si fuera de tu interés, te comparto mis ‘Notas para una sociedad utópica’, en las que trato de imaginar el mundo en el que me gustaría vivir. Creo que, junto a otras entradas de mi blog, demuestra que no soy en absoluto insensible al futuro del planeta.

      Gracias, nuevamente, por tu aportación.

  3. Por cierto, y al hilo de los comentarios realizados sobre el problema de la superpoblación, sería interesante empezar a generalizar la noción de que ‘tener hijos’ no tiene que implicar, necesariamente, tener hijos biológicos. Si hay, como he leído, 153 millones de huérfanos en el mundo, ¿quizá tendría sentido también facilitar y fomentar las adopciones mientras sea así?

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