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O.M-R. – José Luis Álvarez es economista y sociólogo, experto en políticas públicas. Nació en Ciudad de México en 1976. Viajó por primera vez a Estados Unidos a finales de los años 90 y a principios de los 2000 se trasladó allí para estudiar un posgrado, después del cual se trasladó a Londres para realizar un doctorado. Desde entonces, permanece a este lado del Atlántico, trabajando en el ámbito de las políticas públicas y, en la actualidad, reside en Francia donde trabaja para un organismo internacional desde el que ha tenido oportunidad de trabajar con la administración mexicana. Le pregunto por su experiencia de México en las décadas de los 80 y 90 que fueron de grandes cambios para el país, por la violencia, por su experiencia fuera de México y por las elecciones presidenciales que se celebran allí en unos días. Los medios internacionales llevan semanas hablando de la posibilidad creciente de que gane la izquierda de Andrés Manuel López Obrador en un resultado que sería inédito y que genera enorme entusiasmo en unos sectores y temor en otros.

Eras un adolescente cuando comenzó a resquebrajarse la hegemonía del PRI (Partido Revolucionario Institucional) a finales de los años 80, tras la crisis económica y el terremoto de 1985. ¿Cómo describirías la sociedad mexicana en aquel momento?

Recuerdo ese periodo de México como uno de profunda frustración y desencanto entre la mayoría de la población. Debemos recordar que hacia finales de la década de los años 70 México descubre grandes yacimientos petrolíferos en su territorio. El presidente entonces, José López Portillo, se animó incluso a decir que “habría que prepararnos para administrar la abundancia”. Nos dijeron que íbamos camino de convertirnos en algo así como lo que vemos en la Noruega actual. Apenas unos años más tarde, una mala gestión macroeconómica (un endeudamiento excesivo animado por las elevadas reservas petroleras) con un entorno internacional adverso (caída de los precios del petróleo) terminó con el modelo de sustitución de importaciones que había regido la economía mexicana por mucho tiempo. Llegaron entonces tiempos de austeridad y pobreza.

Como suele ocurrir, la crisis afectó a los que menos tenían; una hiperinflación rampante debilitó todavía más los ingresos de los más pobres y el terrible terremoto de 1985 se llevó la vida de miles de personas y la vivienda de muchas otras más. Pero no había recursos suficientes para la reconstrucción. Y así, en esos años se pasó de vivir de sueños de prosperidad a la necesidad de sobrevivir cada día con lo mínimo en el bolsillo. Aun así, el gobierno y algunos empresarios se las ingeniaron para organizar la Copa del Mundo de futbol de 1986, quizá precisamente con la intención de aliviar un poco el descontento social con una conocida distracción popular.

¿Dónde situarías el punto de inflexión en el que comienza una etapa nueva en la política mexicana?

Evidentemente es muy difícil elegir un punto concreto en el tiempo, pero yo me atrevería a decir que fueron las elecciones presidenciales de 1988. Para esas elecciones el partido gobernante, el famoso PRI, llegó muy cuestionado entre la población por los efectos de la crisis y también fracturado, pues un grupo de militantes históricos del partido, liderados por Cuauhtémoc Cárdenas (hijo del presidente Lázaro Cárdenas) se separó del partido, postulando a Cárdenas hijo como candidato presidencial desde la oposición. El resultado oficial de esas elecciones fue muy cuestionado y quizá jamás tengamos una respuesta concreta sobre el resultado real. Todas las boletas [papeletas] fueron almacenadas y años más tarde se quemaron. En cualquier caso, fue a partir de esa fecha que la oposición política en México empezó a crecer muy visiblemente y a ocupar espacios legislativos y en otros ámbitos de gobierno a nivel federal y local. Desde mi punto de vista, la sociedad mexicana empezó a cambiar más rápidamente a partir de ese momento.

¿Cómo explicas la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994?

El Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México representa para muchos el pináculo de los esfuerzos del PRI por reinventarse y dar una respuesta económica a la crisis política que generaron las elecciones de 1988. Es decir, la vieja burocracia fue sustituida por un ejército de tecnócratas que, más allá de su filiación partidista, sabían, supuestamente, cómo gobernar al país, modernizarlo, sacarlo de su ensimismamiento y orientarlo al mercado exterior con un modelo de agresiva apertura comercial, atracción de inversión extranjera y desmantelamiento de las empresas públicas. Como proyecto contable pudo tener éxito, pues se controló la inflación (a través de controles salariales, entre otras medidas) y el déficit público (por las enormes ventas de activos estatales), pero desde el punto de vista social siguió sin dar resultados.

El mismo día que nos levantamos con la modernidad del TLC el 1 de enero de 1994 también se alzaron los zapatistas para recordarnos que había un México, muy grande, que seguía viviendo las condiciones de miseria y explotación del siglo XIX.

¿Qué impacto tuvo el Tratado en México?

El Tratado generó un debate apasionante y muy importante dentro de la sociedad mexicana, uno que aún continúa en nuestros días a propósito de la reapertura de negociaciones iniciada por la administración del presidente Trump en los Estados Unidos. Por un lado, se nos decía que el libre comercio y, por lo tanto, la libre competencia, era la mejor política posible para elevar los niveles de competitividad de la economía mexicana. Que sería un mecanismo que borraría las ineficiencias de nuestra economía y potenciaría el éxito de los más capaces. Daría entrada privilegiada a productos mexicanos al mayor mercado del mundo (Estados Unidos) y haría llegar a México productos extranjeros de calidad. Por otro lado, había voces críticas que advertían sobre los peligros de abrir a la competencia industrias inmaduras, quizá ineficientes, pero que empleaban a muchos mexicanos.

Yo acababa de ingresar a la universidad para estudiar economía y pude seguir esos debates muy de cerca. Recuerdo una metáfora que se me ocurrió en ese momento: imagínate que te invitan a subir a un ring de boxeo diciéndote que tu contrincante usará los mismos guantes que tú, que los jueces de cada esquina serán absolutamente neutrales y que está garantizado que nadie hará trampa; el problema es que tú eres un ser humano ordinario físicamente y el boxeador que tienes enfrente es Mike Tyson… no se pueden aplicar las mismas reglas a competidores desiguales.

¿Cómo fue tu primera experiencia en Estados Unidos a principios de los 2000?

Mi experiencia en Estados Unidos fue fantástica. Como mexicano, siempre tenemos esta relación de amor y odio con nuestro vecino del norte. Pero debo decir que lo que he vivido en Estados Unidos es algo que llevo dentro del corazón. En mi primer viaje al exterior de México fui a Nueva York, me enamoré de la ciudad y a partir de ese momento no dejé de visitarla año tras año. Poco después me fui a estudiar a Boston y conservo grandes amigos de esa época y ese país a los que veo cada vez que puedo, a este o al otro lado del Atlántico. Por eso me preocupa tanto lo que está pasando con la actual administración, no sólo por México, sino también por mucha gente dentro de Estados Unidos.

¿Qué es lo que más te sorprende de Europa cuando llegaste por primera vez?

Sin dudarlo, te digo que el principio o sensación de igualdad que se siente en el ambiente. Sé que a muchas personas puede resultarles exagerado, pero deben recordar que yo vengo primero de México, un país muy desigual, y que luego pasé por los Estados Unidos, donde también los niveles de desigualdad son muy fuertes. Europa es, o lo era al menos hasta hace poco tiempo, en mi opinión, el experimento social más avanzado y progresista que las mujeres y los hombres hayamos creado. Los principios de igualdad que se promueven y que se apoyan a través de las políticas públicas y sus instituciones aquí en Europa no tienen muchas réplicas en otras partes del mundo. El nivel de bienestar general es el más alto que yo haya visto en ninguna otra parte del mundo dentro de un entorno de elevada diversidad cultural, étnica y religiosa. Pero insisto, esta es mi opinión como mexicano, que vengo de un país más homogéneo y curiosamente más desigual.

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Paseo de la Reforma, Ciudad de México. Autor: edans (Wikimedia Commons)

 

¿El mundo se ve de manera diferente desde América que desde Europa?

Yo creo que sí. Es normal, todo es relativo y hay cambio constante. Te voy a decir una cosa, cuando yo era adolescente me asaltaron en la calle hasta tres veces en la Ciudad de México; en una ocasión me colocaron un revolver en la cabeza, duré días paralizado en casa por el miedo después del suceso, pero, de pronto, comprendí que así era la realidad de mi sociedad y que había que acostumbrarse a ello porque no te puedes quedar encerrado toda la vida. Cuando empecé a vivir en Europa me di cuenta de que es perfectamente legítimo aspirar a tener una vida tranquila y sin sentirse amenazado por la violencia; que es verdad, puede pasarte algo, pero al menos no existe la sensación de que sea algo a lo que debamos acostumbrarnos…

La violencia copa con frecuencia las noticias que llegan de México. ¿Es México un país excepcionalmente peligroso?

Esta es una pregunta que genera división entre muchos mexicanos. Si uno se pone a discutir las cifras con frialdad, encontrará que en términos relativos (el número de asesinatos per cápita) México no es el país más violento de América Latina. Pero al ser un país tan grande y poblado los números absolutos son pasmosos. En cualquier caso, más allá de la discusión “técnica” de los números, lo que a muchos nos resulta aterrador es la “calidad” de la violencia.

Cuando yo era chico uno tenía la impresión de que la violencia era sólo un medio para despojar a otros, ahora te queda la sensación de que el ejercicio de la violencia es un fin en sí mismo.

Algunos de los eventos violentos que nos muestra la prensa hoy en día nos hacen cuestionarnos acerca de lo relativamente fácil que parece aniquilar la dignidad humana de los más débiles. En México mucha de la gente asesinada es pobre, son mujeres, son niños.

¿Cómo te sientes aquí en Europa como mexicano? ¿Hay diferencias entre países?

Esa es una excelente pregunta. Hasta ahora he tenido la fortuna de no experimentar ningún tipo de discriminación por el color de mi piel o mi pasaporte. Incluso en los Estados Unidos siempre tuve la fortuna de ser tratado con respeto. Pero sé que no es la generalidad, desafortunadamente. En el Reino Unido me sentía algo más invisible, como me ocurre en Francia, pues, a pesar de ser sitios muy cosmopolitas, lo mexicano sigue viéndose como algo exótico más que un problema migratorio. Evidentemente en España se conoce bastante más lo mexicano que en otras partes de Europa. Y yo por España siento una devoción y un cariño muy especiales; allí, siempre me han tratado estupendamente, tengo amigos y ahora familia a la que quiero muchísimo. No cabe duda de que la lengua nos une mucho.

A veces pienso que, a pesar de todos sus problemas, la palabra que más me viene a la cabeza cuando pienso en Europa es “santuario”. Es un lugar al que se acude en busca de refugio y paz. Claro, insisto, hablo desde una posición muy sentimental.

¿Alguna vez te sientes exiliado de tu país?

Por momentos sí, porque el país de origen cambia y uno también. Yo me fui de México no para establecerme en otro país, sino para iniciar una andanza que me ha llevado a vivir en otros cuatro países hasta el día de hoy. El reto para mí es que, con cada año que pasa, siento que me desconecto un poco más de mis patrones culturales mexicanos, pero que, al mismo tiempo, no llego a sustituirlos del todo por aquellos de los países en los que he vivido. Es decir, que a veces siento que soy un exiliado de México y del mundo entero. Es curioso, pero a veces me siento como viviendo en tercera persona, porque desde que me fui de México no termino de reconocerme a mí mismo, ya ni siquiera cuando regreso ahí de visita…

Volvamos sobre la actualidad política mexicana, ¿por qué son importantes las elecciones presidenciales del próximo 1 de julio?

Son importantes porque, por primera vez, un candidato identificado con la izquierda tiene posibilidades muy reales de ganar la elección. Pero bueno, identificar claramente a López Obrador como una opción manifiestamente de izquierda es muy poco preciso en estos momentos. La constelación de agrupaciones políticas que ahora le cobijan representa banderas políticas que cubren prácticamente todas las posiciones ideológicas, así de fuerte y amplio parece ser el descontento social en México con la última administración. En cualquier caso, llegue el presidente que sea, los retos del país son enormes y llevará mucho tiempo y esfuerzo solucionarlos.

¿Cuál puede ser el impacto de una victoria de López Obrador para México y los países de su entorno?

Francamente, no creo que el impacto sea muy grande. Me refiero a que,

[P]ara alivio de sus detractores, será muy difícil para López Obrador llevar a cabo cambios sociales profundos en un solo sexenio que obliguen a los que más tienen a compartir su riqueza y, de la misma forma, creo que para mucha gente será decepcionante que los problemas de desigualdad no se puedan resolver más rápidamente.

Debemos recordar también que López Obrador no es, ni mucho menos, un político o gobernante improvisado. De 2000 a 2006 gobernó la Ciudad de México en una gestión que se recuerda, no solamente sin grandes sobresaltos, sino además de abierta colaboración con grandes empresarios. Asimismo, instrumentó varias medidas de apoyo social no vistas hasta ese momento sin hacer tremendos agujeros en las arcas públicas, al menos hasta donde yo sé. En cualquier caso, si llega a ser presidente de México, yo le deseo toda la suerte del mundo, sobre todo, por todos esos millones de mexicanos que necesitan una vida mejor, especialmente los más vulnerables, que son niños, mujeres, ancianos y las comunidades indígenas.

Creo que es esencial que los mexicanos entendamos dos cosas: la primera es que un cambio social orientado a reducir la desigualdad lleva tiempo, mucho más tiempo del que las necesidades urgentes de las personas pueden aguantar en su desesperación; y la segunda es, que dicho cambio o transformación, requiere del concurso de los esfuerzos de todos. La gente rica tiene que entender que la desigualdad no es sólo un problema moral, técnicamente es también muy ineficiente. Una sociedad menos desigual no es sólo más próspera, sino también más segura y más eficiente para enfrentar otros retos también importantes como el cambio climático.

Si, como dices, el margen de maniobra real de un presidente como López Obrador es reducido, ¿por qué hay sectores que ven en él una amenaza?

Me parece que, más allá de las discusiones puramente técnicas sobre el modelo de gestión de país – me refiero a optar entre libre mercado o mercado regulado – mucho del temor a López Obrador se nutre de los aspectos más viles de nuestro mal llamado racismo y bien llamado clasismo.

A muchos mexicanos les resulta incómoda la idea de tener un presidente que no hable inglés, que no haya estudiado en el extranjero, que no ostente al menos algún apellido de abolengo, vaya, que no pueda ser identificado claramente con la élite socio-económica del país.

A mí, personalmente, puede que varias de las cosas que dice y propone López Obrador no sólo no me convenzan, sino que incluso me parezcan muy equivocadas como experto que pretendo ser en políticas públicas; pero algo que me parece refrescante y saludable es tener un candidato que pone el bienestar de las personas primero y por encima de cualquier métrica tecnocrática de gestión del gobierno y de la economía: ¡eso debe ser un principio básico en políticas públicas! Pero, como daba a entender hace un momento, puede haber sectores que sientan que el bienestar de la mayoría puede significar pérdidas en su bienestar y riqueza personal y eso les resulta muy alarmante. Muy pocos aceptan perder privilegios individuales en pos de un bienestar social mayor.

Entrevista realizada por Olivia Muñoz-Rojas.

Una versión más breve de esta entrevista se publicó en El Huffington Post el 1 de julio de 2018.

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