O.M-R. – [Artículo publicado originalmente en Clarín el 17 de diciembre de 2018. Desde entonces, ni las medidas fiscales propuestas por el presidente Macron en respuesta a las reivindicaciones del movimiento de los chalecos amarillos ni las fiestas navideñas ni el gran debate público convocado por el presidente han logrado aplacarlo. En su acto VIII, celebrado el pasado sábado 5 de enero, primero del nuevo año, los chalecos consiguieron movilizar a más personas en el país que el sábado anterior. Volvieron, asimismo, a acaparar atención mediática los actos de violencia en París. Al mismo tiempo, miles de mujeres portando chalecos amarillos se manifestaron pacífica-, pero decididamente, en numerosas ciudades francesas, pidiendo el fin de la violencia y denunciando a los vándalos que, mantienen, se cuelan en las manifestaciones y que, en su mayoría, son hombres. Es difícil saber qué tendencia de los chalecos se impondrá en el medio y largo plazo: ¿el ala más radical que sigue, a tenor de los hechos, la vía de la insurrección o la más moderada que, sin renunciar a la cólera, cree en la vía del diálogo? Más allá de Francia, surgen reverberaciones del movimiento en otros países que hacen aún más complejo anticipar su futuro desarrollo.]
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Movimiento de los chalecos amarillos en Bruselas: «Una democracia por el pueblo para el pueblo». Autor: Pelle de Brabander (Wikimedia Commons)
“Somos la clase media que trabajamos, que creemos en el esfuerzo, y no queremos ser pobres”, me decía el otro día un taxista parisino, simpatizante de los chalecos amarillos, mientras conducíamos por la avenida Foch, junto al Arco del Triunfo, donde el pasado 1 de diciembre la manifestación de los chalecos resultó en una violencia y vandalismo inéditos en un barrio tradicionalmente ajeno a la protesta social. Fue el acto III del movimiento (los actos I y II tuvieron lugar en noviembre), al que siguió el acto IV el pasado sábado 8 de diciembre para el cual París se blindó con el fin de evitar un hipotético escenario todavía más violento. Al final, hubo violencia en la capital, así como en otras grandes ciudades como Burdeos o Toulouse.
Desde hace unas semanas, analistas y comentaristas galos se afanan en comprender la esencia y morfología del movimiento de los chalecos amarillos, surgido, inicialmente, del disgusto con el aumento del precio del combustible, merced a nueva tasa ecológica. Pero la tasa sobre los combustibles fósiles no ha sido sino la gota que ha colmado el vaso de un descontento social larvado por años, si no décadas, especialmente, en lo que se conoce por la Francia periurbana o de provincias. Una Francia que depende del auto y que se siente, en gran parte, ajena a las revoluciones ecológica y digital que se gestan en las ciudades. Paradójicamente, el éxito de su mensaje y su capacidad de movilización se debe, en buena medida, a Internet y las redes sociales.
La teórica del populismo Chantal Mouffe quiere ver en el movimiento un populismo de izquierda que reúne, según ella, las reivindicaciones de la Francia rural y las de los barrios populares de las grandes ciudades. Pero los chalecos amarillos insisten en no querer identificarse políticamente y luchan para no ser cooptados por ningún partido o sindicato, ni por la extrema derecha del Frente Nacional, que no ha ocultado su simpatía por el movimiento; ni por la extrema izquierda de la Francia insumisa que ve en ellos una oportunidad para abrir un nuevo período constituyente. Hay una desconfianza radical de las instituciones y una fe, entre cándida y amenazadora, en la voluntad soberana del pueblo: se habla de tomar las instituciones, incluso se habló de marchar sobre el Elíseo durante las movilizaciones en París.
La historiadora Mathilde Larrère coloca el movimiento en la tradición revolucionaria que acabó con el Antiguo Régimen. “Se parece más a las revueltas contra el alza del precio del pan que al movimiento obrero”, escribe. Los paralelismos que los chalecos expresan entre Macron y Luis XVI, incluso entre Brigitte Macron y María Antonieta, abundan en esta idea.
Para el sociólogo Jean Viard, los chalecos pertenecen a una clase media y media baja que optó, en su momento, por establecerse lejos de las grandes urbes para poder tener una casa con jardín y, en general, mantener un nivel de vida a la altura de sus expectativas. Ahora ven cómo su poder adquisitivo, no sólo peligra, sino que, de hecho, les ha convertido en pobres a muchos de ellos.
Para el observador foráneo, es inevitable no reparar en el clasismo cultural y educativo que permea la República francesa. Junto a las reivindicaciones materiales de los chalecos amarillos, rezuma la ira de una parte de la población que se siente menospreciada en lo más profundo por el establishment político e institucional, no por sus orígenes (como pueden sentirlo los inmigrantes de las periferias urbanas), ni siquiera por su estatus económico, sino por su aspecto y manera de expresarse. La brecha entre las élites urbanas y cosmopolitas, encarnadas en Macron, y las clases populares de las zonas periurbanas es inmensa, tal y como se ha podido constatar en los debates televisivos entre ministros del actual gobierno y miembros del colectivo de los chalecos amarillos.
Macron creyó entender que, tras el quinquenio aparentemente timorato de François Hollande, los franceses ansiaban un presidente-monarca, un presidente jupiteriano. Pero quizá confundió el anhelo de un presidente resuelto, capaz de tomar decisiones para modernizar el país y mejorar la vida de los franceses, con el deseo de un monarca aleccionador y displicente con sus súbditos; un monarca que, dicen los críticos, baja a conversar con ellos, pero que, más que escucharlos, quiere que le escuchen a él.
Cuando en las últimas elecciones presidenciales una ola azul, la de la República en Marcha, movimiento lanzado por el joven Macron, engulló al país galo y arrasó con el sistema de partidos francés, pocos imaginaban que apenas dieciocho meses más tarde sería una ola amarilla la que acabaría enjugando aquélla con fuerza. La revuelta de los chalecos amarillos pone de manifiesto, una vez más, las consecuencias sociales de una globalización económica que aparentemente sólo beneficia a una pequeña porción de la población. En cada sociedad, el descontento, la ira, toma una forma. En Francia, con un rico pasado revolucionario, es difícil anticipar sus consecuencias políticas en el corto y medio plazo. De momento, las medidas propuestas por el presidente Macron para apaciguar los ánimos son juzgadas como insuficientes por la mayor parte de los chalecos.
Olivia Muñoz-Rojas
Qué interesantes estos análisis que, más que a ras de calle, se asoman a las alcantarillas por las que fluye la mala leche de la ciudad, como en aquel N.Y. de Cazafantasmas. La clase media, el chalet suburbano, el auto… se han convertidos en fantasmas, como el proletariado industrial; ¿también la libertad, la igualdad y la fraternidad?
Es curioso cómo medio mundo desarrollado parece haber tocado techo. Tras medio siglo de crecimiento continuado tras las guerras mundiales, y tras la mejora de expectativas introducida en el bloque del este por la caída del muro, la crisis económica mundial ha puesto de manifiesto el empobrecimiento de las clases medias, en especial de las rurales y periféricas. La frustración de expectativas lleva a una protesta que no tiene posible respuesta. Porque no hay caminos alternativos al hecho ineludible de que buena parte de los que eran las poblaciones en la pobreza han accedido al bienestar antes reservado para los países occidentales. Y como reacción solo queda el asumir la situación o el atacar el sistema, como si hubiese otro aguardando en la reserva.
España no escapa a este movimiento que ahora se refleja en la huelga del taxi y en el auge de Vox. Los síntomas son muy similares en varios países, comenzando por EEUU. Y solo los países con tradición de sacrificio y un entramado social en que la familia ayuda a superar la crisis, se han mantenido resilentes; Grecia; Portugal y en España e Italia el contagio ha sido menor y menos virulento. En EEUU la elección de un presidente que ha adoptado gestos radicales que sintonizaban on esa frustración anti-sistema ha permitido amortiguar el movimiento de protesta. Además, a causa de la extensión territorial, se hace más difícil el mover masas rurales en demostraciones de descontento en las calles de grandes urbes.
Como ante todo movimiento antisistema, es necesario señalar (Girard de nuevo) una chivo expiatorio. En EEUU Trump, con fino olfato populista, ha señalado el establishment, China y los inmigrantes. Pero la realidad le está devolviendo a la frustración pura; atacarlos es dispararse en un pié y ya se comienza a notar efecto en la economía americana. En Europa, Bruselas se lleva parte del impacto repartido con las castas políticas tradicionales a las que el nueve populismo da de lado.
¿Soluciones? ¿Por qué habría de haberlas? Se trata de una vía aporética que algunos describirían como la materialización de la incongruencia capitalista, pero que se puede ver desde otros ángulos. R Luxemburgo describió cómo esa incongruencia se vería aplazada porque la explotación capitalista evolucionaría del interior de un sistema, un país, a la explotación de otros países. Se podría decir entonces que esa explotación de los países ricos sobre los pobres toca a su fin con el desarrollo de esos países. Sería el fin de la extracción del excedente del capital sobre la mano de obra a nivel internacional. La polarización de la riqueza señalada por Pickety en su revisitación del Capital es, en un mundo en que el capital financiero se mueve libremente mientras la mano de obra es incapaz de seguirlo, una forma de asomarse a la coyuntura marcada por ese sentimiento de frustración que ocupa espacios cada vez con mayores resonancias internacionales.
Aunque otras visiones lo podrían leer como la transición del sistema entre niveles de desarrollo tecnológico. Globalización y disrrupción tecnológica están reordenando la estructura social del mundo avanzado que había olvidado cómo se producían esas dinámicas de movilidad social.
Gracias por los comentarios (éste y el comentario a ‘El aroma del privilegio’). Coincido en que nos hallamos ante un cambio global de paradigma – la cuestión es, primero, si, como en otras ocasiones, la lógica capitalista encontrará la manera de adaptarse a los nuevos retos (aplazar sus incongruencias) o si existe la posibilidad de que surja un modelo nuevo, ajeno a la lógica capitalista; y, segundo, cuán largo y virulento será el proceso de cambio hasta hallar un nuevo equilibrio (¿años, décadas… ?)
Además de la globalización y el cambio tecnológico cuyas consecuecias, como sugieres, subyacen a la frustración y a las grandes movilizaciones sociales que observamos, creo que es importante señalar el papel del ecologismo y el feminismo como nuevos ejes ideológicos en este proceso de cambio. Por un lado, son elementos que aglutinan, a favor o en contra, y que, por tanto, movilizan y dinamizan a la sociedad. Por otro lado, contienen potencialmente los ingredientes de una lógica que supere la del capitalismo y asegure la sustentabilidad de la especie humana en este planeta.
Si bien prefiero ser optimista, también hay razones para pensar que, no sólo estamos ante el final de un paradigma, sino ante el comienzo del fin de una especie.
Motivos para el optimismo: cuando la propia juventud toma el futuro en sus manos…
https://www.euronews.com/2019/02/01/youth-climate-change-protests-spread-through-belgium-in-fourth-week
Ah, la pregunta del millón!. Carecemos de una metodología que permita prospectar el futuro. Los economista ni anticipamos el cambio del ciclo económico ni supimos ver la llegada de la gran crisis. Solo los científicos parecen tener ahora una tesis sobre la gran singularidad.
El materialismo histórico era el único sistema que se mojaba sobre el futuro pero, al igual que con llegada del profeta oculto, el colapso anunciado y eternamente pospuesta del capitalismo le ha convertido en una hipótesis ad-hoc vacía de contenido. Y la ciencia ficción dramatiza para captar lectores pero el planeta der los simios no acaba de llegar.
Solo sabemos que, al igual que el magnetismo de los polos de la tierra se invierte en periodos medidos en millones de años, el utopismo también ha cambiado de orientación en el tiempo: después de la gran guerra, el pasado se convirtió en la distopía de la que huir y el futuro se veía como lo utópico. Hoy, en cambio, esa ordenación se ha invertido y se busca con añoranza la utopía en el pasado mientras que el futuro está plagado de nubes y se anticipa distópico.
Curiosamente, todo esfuerzo por recuperar la utopía perdida contribuye a profundizar en la distopía que llega, porque señala las disfuncionalidades sociales y políticas.
Pero el capitalismo sigue inalterado: Deleuze lo expresó con gran elocuencia al llegar a California a dar unas conferencias sobre la política americana; solo un país capaz de asimilar y anular con ello cualquier crítica, se puede permitir la libertad de invitar a casa a sus críticos. El capitalismo rampante omni-deglutidor es un ave-fénix anticipada de sus propias ruinas. La cuestión no es si subsistirá el capitalismo, sino si lo hará la democracia representativa. Incluso en el Reino Unido los MPs están a punto de contradecir el resultado del referéndum del Brexit. Gran paradoja que la historia recogerá como un momento álgido, tal vez el canto lúgubre del fin de una era. Y, sin embargo, no se dispone de sistemas alternativos que preserven los principios democráticos. La republica directa ni se ha ensayado ni se sabría implementar. Nunca existió; la revolución francesa y la rusa son revueltas de élites, germen de sistemas representativos o autoritarios, pero no de repúblicas del pueblo. Solo China es un modelo inquietante porque parece ser una renovación mejorada de los últimos, con una componente de éxito económico apabullante: Ilustración del mejor estilo.
¿Es entonces esto una crisis del sistema o su final? Axel Honneth explicaba cómo las reivindicaciones habían pasado de reclamar “distribución” a pedir “reconocimiento”. Parece que del reconocimiento está entrando en una fase en que se aspira al “replanteamiento”. Un replanteamiento que tenga en cuenta las aspiraciones que ya se han reconocido y se incorporen en cambios en el funcionamiento del sistema (¿el contrato social implícito?) Así, el problema de género ha evolucionado del reconocimiento de las deficiencias (opresión y sometimiento) a la exigencia de cambio en las normas, jurídicas, económicas e incluso de pensamiento. E igual ocurre con el movimiento verde.
El tema es apasionante. Solo parecen ganar las religiones, que traen el recuerdo de cómo unos criterios morales compartidos y firmes son eficaces a la hora de organizar el corpus social. Otra cosa es cuales sean las bondades que permita y el coste que imponga. La estabilidad no es gratis, proviene de abdicar de muchas cosas. En primer lugar, de la libertad. Ese es el gran reto global; libertad vs seguridad.
Yo también soy optimista. Quisiera creer que la mejora en condiciones económicas es mayor de lo que la gente es capaz de observar. Una mejora que ha llegado por el lado del abaratamiento de productos y servicios y de la amplificación de la oferta, y no por el del aumento de los ingresos. Hoy, viajar es asequible, escuchar música es gratis y se accede a la sanidad, el deporte, el ocio y la educación sin problemas. En Europa, las viviendas son más eficientes energéticamente, están mejor aisladas y se urbaniza mejor. Cuando yo era niño había cortes de agua, de luz, la TV no funcionaba y los coches se paraban. Pasolini describió y luchó contra la proletarización del exilio rural al ámbito urbano. Él, ya criticó esa perdida de referencias de los valores de las sociedades rurales tradicionales. Pero el frulianismo es un drama hoy superado en el mundo occidental; los conflictos y las condiciones de vida no son lo que eran. Mamma Roma se ha convertido en casi una comedia a la par de abdicar de su valor como testimonio histórico.
Compararse con el pasado exige referencias, y mis hijos y su generación no las tienen y muchos de sus mayores las han olvidado. Estos días se puede ver el Museo Reina Sofía un documental de Buñuel sobre la Hurdes. No tiene un siglo de antigüedad y, sin embargo, es asomarse a la pre-historia. Pero mis hijos solo ven las dificultades de obtener un trabajo estable y progresar en su mundo. No tanto de obtener trabajo como de que este sea estable y bien retribuido. Ni sombra de hambre, enfermedades, pobreza,… la frustración llega en forma cualitativa. Los chalecos amarillos protestan portando chalecos amarillos que se fabrican en masa como pieza de seguridad en las sociedades desarrolladas de la prevención como filosofía. Los emigrantes abandonan cientos de flotadores naranjas al llegar a su destino. La protesta hace exhibición del exceso que se producen, y que usa, en la sociedad de consumo. La protesta también consume. Los taxistas de Madrid llevan 10 días de huelga pero nadie habla de hambre. Hacen huelga y organizan atascos con sus coches. ¿Quién tenía un coche hace cincuenta años? La paradoja del exceso. Podría ser que, en el mundo de la información, lo que haya sea una crisis de desinformación. Y así es como el resultado de la inquietud social es, al final, demostraciones en las calles en que las víctimas se cuentan con los dedos de una mano y los gobiernos no caen. Pueden cambiar en la siguiente elección, pero no caen. Hasta los golpes de estado son hoy, en Occidente, un sainete sin sangre ni héroes. Proclamas tele-transmitidas con un tinte, que ahora se reclama en su defensa, de ficción. Y así es; cómo un Golpe de Estado va a serlo si abdica del «Golpe» y solo pretende el «Estado». En la sociedad líquida no hay lugar para la tragedia. Todo fluye y se diluye. Europa, también, han dejado de ser realidad para convertirse en aspiracional.
Aunque cuando pienso en la robotización por llegar me temo que esto no pueden sino recrudecerse. Competir con los chinos es una cosa, competir contra la mecanización otra muy distinta.
Nada que ver con la memoria de la guerra, que tan bien conoces, ni de la posguerra. La inversión de los polos temporales de la utopía-distopía no conlleva anticipar ningún conflicto bélico. Se ha alcanzado el estado de ebullición que se caracteriza por ser una transición entre estados.
Y disculpa por la extensión pero estos temas son apasionantes.