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O.M-R. – Europa renquea, se diría cansada, carente de energía. Al mismo tiempo, se sigue hablando de la urgente necesidad de reforzar la identidad europea, una identidad basada en valores democráticos y abiertos, para hacer frente al fanatismo religioso de uno y otro signo y a las ideologías de extrema derecha. Las identidades se construyen en torno a símbolos. A Europa le hacen falta símbolos que encarnen esos valores de democracia, tolerancia y diversidad que se suponen consustanciales a la tradición europea.  Símbolos que calen en la cultura popular. ¿Por qué no prestarles más atención a Conchita Wurst y Sor Cristina, dos heterodoxas estrellas de la canción y de los medios, que han emergido con fuerza este año en nuestro continente?

El triunfo de Conchita Wurst en la última edición del Festival de Eurovision y el de Sor Cristina en The Voice of Italy pasarán a los anales de 2014 como dos de los fenómenos socio-culturales más destacados del año. O quizá se trate de un solo fenómeno, las dos caras de una misma moneda. Al joven cantante gay Tom Neuwirth, alias Conchita Wurst, de origen austríaco y a la joven monja italiana Cristina Scuccia, Sor Cristina, de voz portentosa, les une algo más que el hecho de haber nacido el mismo año, 1988, en países europeos católicos de tradición conservadora. Ambos han encontrado en la canción el medio a través del cual expresar sus respectivos mensajes de transformación, y en la televisión y las redes sociales la plataforma desde la cual difundirlos. Y es que si algo les define  a ambos es su capacidad de transformación. Conchita y Sor Cristina no sólo se transforman sobre el escenario, como les sucede a las verdaderas estrellas, sino que buscan transformar su entorno.

 

Conchita Wurst. Exposición 'Jean Paul Gaultier', Grand Palais, París (2015)

Conchita Wurst. Exposición ‘Jean Paul Gaultier’, Grand Palais, París (2015)

 

Vestido de mujer elegante y glamorosa y portando una cuidada barba mientras entona Rise like a Phoenix, el himno ganador de Eurovisión, Conchita busca transformar nuestra manera de ver a aquel o aquella que es diferente o, en sus propias palabras, de demostrar que si uno es fiel a y cree en sí mismo puede conseguirlo todo en esta vida. Ataviada con sus hábitos de ursulina y sus discretas gafas, Sor Cristina – o Sister Cristina, su nombre artístico – transforma con su voz vibrante éxitos del pop como Like a Virgin de Madonna en himnos a Dios con los que busca transmitir el Evangelio. Los mensajes de Conchita y Sister Cristina, en realidad, no son tan distintos. Hablan de la necesidad de amor, tolerancia y respeto al prójimo. Aunque lo hagan desde lugares distintos, sus públicos no lo son necesariamente. Además de esta voluntad, digamos, mesiánica, en cada una de sus actuaciones los dos jóvenes transgreden los rígidos cánones heteronormativos que imperan en nuestras sociedades acerca de lo que es bello y sexualmente atractivo. Nos obligan a preguntarnos, ¿por qué no puede una mujer barbuda ser bella?; ¿por qué no puede serlo un hombre vestido de mujer? Tal y como sugiere la socióloga Rodanthi Tzanelli (Universidad de Leeds), mientras la cara armoniosa y perfectamente maquillada de Conchita se ajusta a los cánones tradicionales de belleza, su barba recortada rompe con ellos, causando incomodidad en el espectador. La misma incomodidad y rechazo que sigue causando en muchos el colectivo LGTB en su conjunto y de quien Conchita se ha convertido en icono defensor.

La imagen de Sister Cristina cantando y bailando puede resultarnos más familiar, evocando a las protagonistas de la película y musical Sister Act, pero la reacción negativa de algunos sectores católicos y no católicos a sus actuaciones obliga a responder a la pregunta de por qué una monja no puede cantar canciones de pop, aunque sean estas de contenido ambiguo; o por qué una cantante, por ser mujer, tiene que mostrar sus curvas. En algunos foros, se explica el éxito de Sor Cristina porque plantea un modelo de mujer diferente al que ha dominado la cultura popular italiana en las últimas décadas, es decir, el de la mujer voluptuosa ataviada para satisfacer la imaginación del varón tradicional. Alguien podría alertar del peligro de este contra-modelo porque nos acerca a posturas reaccionarias que defienden la idea del pudor y la beatitud femeninos, ofreciendo argumentos también a aquellas comunidades religiosas que en Europa abogan por el uso del velo, por ejemplo. Creemos que por encima de la vestimenta de Sor Cristina emerge su gran personalidad y eso nunca es mal ejemplo. En su libro If nuns ruled the world, la periodista Jo Piazza define a Sor Cristina, junto a otras monjas con proyección social, como ejemplo del genio femenino dentro de la Iglesia; mujeres que han escuchado la llamada del Papa Francisco a salir a la calle, pero que asumen también su rechazo al sacerdocio femenino  y son conscientes de que, de momento, deben encontrar otras maneras de contribuir a la misión de la Iglesia.

La gran seguridad en sí mismos que proyectan Conchita Wurst y Sister Cristina, la capacidad de ser ellos mismos a pesar de la vorágine mediática que se ha desatado en torno a ellos, confiere realidad y autenticidad a sus personas e impide que se vean reducidas a meros productos de la mercadotecnia televisiva y del espectáculo. También es real el espíritu de transformación personal y social que quieren transmitir y que, de otro modo, podría percibirse como naif o simplón, especialmente en estos tiempos.  Al revés, en medio del hastío provocado por la crisis económica y los escándalos de corrupción en muchos países europeos y la consiguiente desafección hacia las instituciones políticas nacionales y europeas la irrupción de personajes como Conchita y Sor Cristina constituye una bocanada de aire fresco. Nos recuerda la existencia de una generación europea más joven que, a pesar de todo, se siente llena de energía y fe en el futuro. Una generación con convicciones, pero más libre de prejuicios religiosos y sexuales que las anteriores. Nos recuerda además que sólo en Europa es posible el triunfo simultáneo y la aceptación social mayoritaria de dos estrellas transgresoras de mundos y estética en apariencia opuestos. No obstante, las reacciones viscerales a la candidatura y posterior victoria de Conchita Wurst en el Festival de Eurovisión por parte de algunos políticos y ciudadanos, especialmente de Europa del Este; y el cuestionamiento del proceder de Sor Cristina por sectores católicos conservadores, el sentir mayoritario europeo ha sido el de la admiración y el respeto por dos talentos que van más allá de lo estrictamente musical.  No se trata de idealizar a estos jóvenes, sino de tomar, precisamente, sus contradicciones y su efecto provocador como símbolos de la identidad y los valores europeos. El concierto que dio Conchita Wurst frente al Parlamento Europeo el pasado 8 de octubre es un buen comienzo.

Olivia Muñoz-Rojas

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