*O.M-R. – La exposición ‘Sonia Delaunay. Arte, diseño y moda’ que se presenta en el Museo Thyssen de Madrid se suma a la creciente fascinación del mundo del arte por los – y sobre todo – las artistas que han marcado tendencia en el universo de la moda. Destacan la de Georgia O’Keefe, ‘Living Modern’, que se exhibe en varios museos norteamericanos a lo largo de este año y en la que se hace dialogar el excepcional vestuario de la artista con sus pinturas y fotografías; o las diferentes exposiciones internacionales dedicadas a Frida Kahlo en los últimos años en las que nunca se ha dejado de indagar en la particular estética personal de la artista, mostrando accesorios o ropa original junto a su obra. Se parte del supuesto que los diseños y el vestuario de estas artistas ayudan a explicar su obra y a hacer justicia a su carácter multifacético, pero cabe preguntarse si no sirven también para atraer a los consumidores de moda al mundo del arte.

Sonia Delaunay, «Tondo», 1962, foulard de seda, Edizioni del Cavallino. Venezia, Collezione Cardazzo. Autora: Manuelarosi (Wikimedia Commons)
Si bien son mundos basados en lo visual y siempre ha existido una relación entre ellos, la mayor parte de analistas coincide en que la relación entre el mundo del arte y de la moda comenzó a estrecharse a finales del siglo XIX y se ha intensificado en las últimas décadas. El arte ha servido históricamente de transmisor de moda y, más allá de lo manifiesto de su influencia mutua, hay quien mantiene que la moda es arte.
Al igual que la fotografía en el último siglo, la pintura fue durante mucho tiempo diseminadora de tendencias en la indumentaria. Explica el historiador Michel Pastoureau que la incorporación del azul en el vestuario de la realeza europea se produjo a partir de que los pintores medievales, allá por el año mil, comenzaran a pintar de este color las túnicas de la Virgen. En los siglos XVI y XVII el negro, los corsés, los guardainfantes, las golas, pero también el oro, los terciopelos y la pedrería retratados por Zurbarán, Velázquez y otros maestros pintores contribuyeron a la extensión y consolidación de la moda española en las cortes europeas. Siglos más tarde servirían de inspiración a diseñadores contemporáneos como Cristóbal Balenciaga que reconocía especialmente a Zurbarán y sus espectaculares reproducciones de tejidos como referencia para sus colecciones.
A partir de finales del siglo XIX, el Arts and Crafts, la Bauhaus y otros movimientos de cuño modernista buscan crear un arte práctico que abarque la totalidad de la vida cotidiana y los movimientos vanguardistas – cubismo, futurismo, dadaísmo – hablan de ligar arte y vida. Sus protagonistas fueron quizá los primeros en reconocer y teorizar la relación entre arte, diseño y moda. Para algunos se trataba de democratizar el arte y crear espacios y objetos funcionales y hermosos para la gente corriente. Para otros se convirtió en una vía más lucrativa de crear y publicitar su obra, aprovechando la presencia de una creciente clase media urbanita dispuesta a consumir objetos de diseño para reafirmar su estatus social. Desde ejemplos puntuales, como la colaboración entre Salvador Dalí y Elsa Schiaparelli que dio lugar, entre otros, a la creación del famoso Vestido Langosta y el sombrero zapato; hasta el caso de Sonia Delaunay que conjugó con éxito ambas profesiones, la de pintora y diseñadora; pasando por las portadas que Man Ray fotografió para revistas como Vogue; la relación entre arte y moda se torna cada vez más fértil conforme avanza el siglo XX.
A partir de los años 60, los artistas pop rompen definitivamente la barrera entre arte y cultura de masas reproduciendo e incorporando en su obra objetos de fabricación industrial y elementos publicitarios. Andy Warhol, que empezó su trayectoria como dibujante en revistas de moda, crea vestidos de papel con estampados de sus pinturas más exitosas como la Souper Dress con la famosa lata de sopa Campbell (vestido que la propia compañía Campbell utilizará brevemente como reclamo publicitario). Vivienne Westwood le dedicó una colección a Keith Haring en 1983 y Lisa Perry utilizó más recientemente la obra de Roy Lichtenstein en una de las suyas. No son los únicos casos: por su anclaje en la cultura del consumo, ‘ligereza’ de motivos y colorido, el arte pop parece especialmente fácil de trasladar a la moda.
Si hasta los 80, el mundo de la moda había orbitado en torno a París y Milán y un círculo relativamente cerrado de diseñadores de alta costura, a partir de este momento, emerge una generación de diseñadores en ciudades como Londres y Antwerpen que rompe moldes y rebusca en la calle, lo marginal, la contra-cultura y lo macabro, nuevos referentes para sus creaciones. De acuerdo a la experta en moda Salka Hallström Bornold, diseñadores como Martin Margiela, Alexander McQueen y la propia Westwood y artistas como Sam Taylor-Wood, los hermanos Chapman y Damien Hirst comparten el mismo caldo de cultivo underground. El resultado es una moda experimental que sustituye las pasarelas por performances y en la que los papeles de artista y diseñador se diluyen todavía más.
El cambio de milenio coincide con la ampliación del mercado del arte a países emergentes como China. Esta nueva demanda posibilita nuevas oportunidades de colaboración entre artistas y diseñadores. El artista japonés Takashi Murakami presta sus creaciones de inspiración manga a la firma de lujo Louis Vuitton con la que también colaboran los hermanos Chapman. En el otro extremo del espectro, el famoso perro globo de Jeff Koons se torna icono temporal de la cadena H&M bajo el eslogan Fashion loves art (La moda ama el arte). La lista de ejemplos podría continuar. Lo que es claro es que, en estos casos, se trata menos de romper moldes y experimentar conceptualmente con la relación entre arte y moda como de desarrollar fórmulas comercialmente exitosas.
La (¿rentable?) confluencia entre ambos mundos se materializa, no sólo en la exhibición de la vertiente diseñadora de determinados artistas, sino en las exposiciones dedicadas íntegramente a grandes diseñadores en museos de referencia (práctica iniciada en el Met de Nueva York por la curadora Diana Vreeland), así como los espacios de arte fundados por grandes casas de moda como la Fondation Cartier y la Vuitton en París o la Fondazione Prada en Milano; y cuya programación no tiene nada que envidiar a la de muchos grandes museos.
La moda se ha considerado históricamente un arte aplicado, es decir, una actividad creativa con limitaciones estratégicas y económicas. Suele decirse además que el arte se basa en la permanencia y la moda en el momento. Sin embargo, a la vista de su evolución, hay quien se pregunta si la moda no debería considerarse estrictamente un arte. En una época en la que el mundo del arte tampoco deja de interrogarse sobre sus límites, no siempre busca la permanencia y está igualmente sujeto a los caprichos del mercado, resulta tentador alegar que la pregunta sobre si la moda es arte ha dejado de tener sentido. Aunque quizá es más sugerente responder con la elegante ambigüedad de un Yves Saint-Laurent para quien ‘la moda no es del todo un arte, pero necesita de un artista para existir’.
Olivia Muñoz-Rojas
*Una versión editada de este texto se publicó originalmente en el suplemento ‘Ideas’ de El País (en papel) el 6 de agosto de 2017 y posteriormente en la web.