
Mural sobre la Batalla de Centla realizado por Homero Magaña Arellano, Palacio Municipal, Paraíso, Tabasco. Autor: Alfonsobouchot (Wikimedia Commons)
Las razones de esta incapacidad derivan, entre otros factores, de la dificultad aparente para construir un relato nacional dominante ajeno al tradicional ensalzamiento del Imperio español, muy reforzado durante el franquismo. Pero también obedecen a una resistencia generalizada de las metrópolis europeas a asumir la responsabilidad de la colonización, la evangelización forzosa y el supremacismo ‘blanco’, reconociendo sus consecuencias, escasamente humanistas, sobre la configuración del mundo actual. Conviene recordar el revuelo que causó en su país el presidente francés Emmanuel Macron, cuando, a principios de 2017, ofreció disculpas por la colonización francesa, reconociendo que constituyó “un crimen contra la Humanidad”.
De las reacciones al video de AMLO del lado mexicano, se desprende la dificultad para asumir, abiertamente, las implicaciones de la herencia colonial en la conformación del Estado y sociedad mexicanas. Por un lado, el mestizaje, mayoritario, impide, efectivamente, distinguir entre ‘conquistadores’ y ‘conquistados’. Mas, no es menos cierto, la violencia original de este mestizaje aún forma parte esencial del imaginario popular mexicano – explícitamente, en la figura de La Chingada – y explicaría quizá el tono entre acomplejado y humorístico que emplean a menudo los mexicanos respecto de sí mismos y que caracteriza algunas de las reacciones a la propuesta de AMLO. Por otro lado, es difícil ignorar que pervive en las instituciones mexicanas una élite criolla ‘blanca’, cuyo privilegio se fundamenta en la segregación racial instaurada con la Conquista.
La polémica en torno al éxito y promoción de la actriz de origen mixteca y triqui, Yalitza Aparicio, protagonista de la película Roma, es un ejemplo reciente de la deuda histórica que mantiene la sociedad mexicana con una parte significativa de su población que sufre, sistemáticamente, discriminación. Las disculpas de AMLO, en nombre del Estado mexicano, por los abusos cometidos por este contra las poblaciones indígenas pretenden ser una réplica a esta injusticia.
Puede que la iniciativa de López Obrador –o, más bien, las formas con las que se presentó– pequen de oportunismo político o dejen entrever cierto talante populista, como han señalado numerosos analistas mexicanos y españoles. Puede incluso que no termine de contentar a determinados colectivos indígenas. Pero el fondo de la propuesta, realizar una conmemoración conjunta, entre mexicanos y españoles, de un momento fundacional como la victoria de Hernán Cortés sobre los aztecas, poniendo sobre la mesa hechos, interpretaciones y problemáticas actuales que se derivan de ese momento histórico singular; es una apuesta constructiva. Sigue la estela de iniciativas tan diversas como el National Sorry Day y el resarcimiento de las llamadas ‘generaciones robadas’ de aborígenes en Australia o el reconocimiento por parte del propio Estado español de la comunidad judía sefardí, expulsada de la Península en 1492, mediante la concesión de la nacionalidad española a sus descendientes.
Las instituciones que protagonizaron la Conquista, a diferencia del imperio romano, subsisten, lo cual permite plantear la posibilidad de que reconozcan los hechos ocurridos y, llegado el caso, emitan una disculpa simbólica. En sociedades democráticas, reconocer la violencia infligida a determinados colectivos, o dar fe de injusticias pasadas con saldos en el presente; parte de una ética del reconocimiento que no es producto del rencor, sino de la empatía. No se trata de enfrentar a distintos colectivos, sino de mejorar su convivencia presente y futura.
Olivia Muñoz-Rojas
*Este artículo se publicó originalmente en la sección de Opinión de Clarín el 22 de abril de 2019.