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*O.M-R. – En momentos como el actual, de quiebra de la realidad consensuada, esto es, de nuestras expectativas y convenciones sociales, por la pandemia; operan con mayor fuerza los mecanismos de lo inconsciente colectivo. Junto al inconsciente personal que estudió su maestro Freud, el psicólogo suizo Carl Jung (1875-1961) identificaba un inconsciente colectivo o psique objetiva, hecha de instintos y símbolos universales. Una suerte de herencia mental compartida que explicaría la continuidad en el tiempo y a través de culturas de ciertas imágenes, hábitos y reacciones humanas primigenias. Así, varios autores se preguntaban en junio pasado por qué había prendido el movimiento contra la violencia racial y policial en medio de la pandemia de la covid-19. La teóloga Catherine Keller sugería que las últimas palabras de George Floyd antes de fallecer, ‘No puedo respirar’, se habían convertido en una poderosa metáfora de una época y una experiencia, la de la asfixia, que, súbitamente, todos podemos presentir. La agonía de Floyd evocaría no solamente la lacra de la violencia racial, sino el miedo a morir asfixiados si enfermamos de la Covid junto con el temor a una progresiva asfixia del planeta por el cambio climático. Nos recuerda Keller que para los antiguos griegos el pneuma, la respiración, fue el principio de todo. Podríamos pensar que nuestro inconsciente colectivo reaccionó con fuerza a las palabras de Floyd, porque, como especie nos sentimos amenazados en lo más esencial: nuestras posibilidades de seguir respirando.

El poeta Ovidio portando una corona de laurel. (Wikimedia Commons)

En un sentido análogo, cabría quizá una lectura subterránea o inconsciente de la coincidencia de la crisis del coronavirus y la crítica situación que vive la Corona española. Una misma palabra, corona, evoca dos acontecimientos distintos, pero, desde una perspectiva junguiana, su simultaneidad podría ser el resultado de asociaciones de imágenes y sentido más profundas. Dicho de otro modo, es posible que no sea casual esta coincidencia en el tiempo de ambas crisis. Si nos remitimos a su etimología, la palabra latina corona procede del indoeuropeo sker que significa alterar o doblar un objeto. Como ornamento que se coloca sobre la cabeza de un líder o representante de la autoridad, existe en prácticamente todas las culturas. La historia nos ha legado una extensa tipología de coronas mitológicas, reales y religiosas y, frecuentemente, hallamos una relación metonímica entre el ornamento y su portador: la corona es el rey o la reina. Vegetales, en la cultura greco-romana; de plumas en las prehispánicas; de oro, emulando el sol, en el antiguo Egipto… o en la forma de un halo de luz en la representación de numerosas deidades en todo el mundo. Es precisamente por su parecido con la corona solar, visto a través de un microscopio, por lo que el coronavirus recibe este nombre.

“Con las palabras rescatas el inframundo”, escribió Jung en su Libro rojo, manuscrito que redactó e ilustró entre 1914 y 1930 y que no vio la luz hasta 2009. La omnipresencia de la palabra corona ligada a la pandemia ha podido despertar en nosotros una sensibilidad especial respecto de la trascendencia de este símbolo universal. Portador de una ambigüedad originaria, como todos los símbolos, evoca algunos de los atributos considerados más nobles –honor, entrega, protección– y, a la vez, sus contrarios –ignominia, despotismo, arbitrariedad. Todos afloran en nuestro inconsciente colectivo. Empujan en distintas direcciones, forzándonos, posiblemente, a consensuar una nueva realidad.

Olivia Muñoz-Rojas

*Esta columna se publicó originalmente (en una versión ligeramente más breve) en la sección de Opinión de El País el 20 de agosto de 2020.

3 pensamientos en “Corona e inconsciente colectivo

  1. Según la ley hegeliana de la negación de la negación, reinterpretada por Marx desde un enfoque filosófico materialista, en la primera negación al capitalismo se censura todo su universo, pero en la segunda negación se ha de comprender todo lo que pueda existir de positivo de ese régimen (que ciertamente lo hay) más todo lo nuevo que hay de positivo en esa primera negación; de ahí que el consenso, la integración funcional práctica de ambos valores positivos (antes contrapuestos), permitirán un nuevo escalón de desarrollo, una nueva realidad. No hay otro camino para el avance de la sociedad: justicia social + desarrollo económico.

  2. Me encanta este post, por tu atrevimiento al moverte en esas zonas difusas (entre los sentidos de una palabra y las conexiones, el diálogo oculto, en la realidad física, social o política). Oteiza se refería a vosotros como «centauros fronterizos», reporteros de las guerras invisibles del mundo actual. Gracias por seguir en la brecha.

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