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*O. M-R. – “Me siento triste, pero no sé por qué”, me decía últimamente mi hija de cuatro años. Si no fuera porque la veo disfrutar de todas aquellas cosas con las que se divierte un niño a sus años, me preocuparía seriamente. Con todo, no puedo sino pensar que, a su tierna edad, capta una melancolía presente entre algunos de nosotros que no reconocemos ni nos reconocemos en el mundo que emerge ante nuestros ojos. No es que el mundo previo a la pandemia fuera mucho mejor; más bien, el que vemos dibujarse es todavía peor. Aquellas tendencias que ya antes de la pandemia resultaban preocupantes para la democracia y el bienestar de la mayoría se afianzan: la desigualdad socio-económica, el individualismo consumista, la polarización moral de las sociedades, la vigilancia digital de los ciudadanos por Estados y corporaciones, la salud como negocio, la marginación de la vida cultural, la erosión del vínculo social y el debate público… Al mismo tiempo, la esperanza inicial que tuvimos algunos de que la experiencia de la pandemia permitiría redescubrir la importancia de la solidaridad entre individuos y países, de los cuidados y la necesidad de proteger nuestro planeta, no termina de concretarse.

Incluso grandes logros, como el desarrollo de varias vacunas contra el virus en un tiempo récord, se ven enturbiados por estas mismas tendencias: la falta de transparencia en la financiación, gestión y distribución de aquellas, así como en la comunicación sobre sus beneficios y riesgos, a lo que se suma su instrumentalización política. Muchos Estados están inmersos en la creación de un nuevo orden político-moral, dudosamente democrático, que divide a la sociedad entre buenos ciudadanos que aceptan nuevas restricciones y condiciones a sus libertades y movilidad sin hacer preguntas y malos ciudadanos que expresan sus dudas o piden una mayor rendición de cuentas respecto de la estrategia sanitaria dominante. A su vez, están ampliando la brecha entre las poblaciones occidentales y las de los países en desarrollo que no tienen el mismo acceso a las vacunas y ven limitada su movilidad por los certificados covid. Si no queremos que la gestión del cambio climático se realice sobre las mismas premisas punitivas y excluyentes; si creemos, por el contrario, que la solidaridad, la cooperación y la igualdad siguen siendo nuestros principales valores, es urgente que exijamos otras maneras de abordar la crisis que vivimos.

Olivia Muñoz-Rojas

*Esta columna se publicó originalmente en la sección de Opinión de El País el 30 de agosto de 2021.

**La imagen que ilustra este post es la obra ‘Melancolía’ de Alberto Durero (1478-1521) (Wikimedia Commons).

3 pensamientos en “Melancolía

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