O.M-R. – Hace una década el sociólogo Zygmunt Bauman constataba con sorpresa que la palabra utopia en Google daba 4,4 millones de entradas, a pesar de la impopularidad del concepto. Hoy la misma búsqueda resulta en más de 63 millones y su impopularidad sigue siendo la misma. Utopía y utópico sirven ante todo para descalificar una propuesta por su impracticabilidad y a su defensor por su falta de realismo. Si nos preguntaran cómo imaginamos en concreto la sociedad en la que nos gustaría vivir es probable que no supiéramos responder. Estamos más acostumbrados a examinar críticamente la sociedad en la que vivimos y a exigir o plantear medidas inmediatas para resolver los problemas que detectamos en ella que a tratar de imaginar cómo sería nuestra sociedad ideal, nuestra utopía.
Tras el supuesto fracaso de los grandes proyectos transformadores del siglo XIX y XX hablar de utopía puede parecer fútil e ingenuo, cuando no peligroso. La mayoría de los ciudadanos de hoy desean propuestas políticas realistas y realizables y cuando perciben que ni estas llegan a cumplirse, es comprensible que todo aquello que parezca difícil de materializar genere escepticismo y rechazo. El peso de nuestra historia reciente, el miedo a un futuro incierto y nuestra consiguiente dificultad para imaginar mundos mejores son palpables al observar la proliferación de distopías en la literatura y el cine contemporáneos. Libros y películas nos presentan sistemáticamente una sociedad futura en la que nuestros recursos naturales se han agotado, no podemos reproducirnos, en el que triunfan toda suerte de dictaduras o la inteligencia artificial se ha impuesto sobre la humana, es decir, sociedades en las que no nos gustaría vivir. Sin embargo, ¿no resultaría útil tener una imagen de nuestra sociedad ideal a la hora de valorar, por ejemplo, los diferentes programas electorales que se nos ofrecen, una especie hoja de ruta con la que contrastarlos? Por ejemplo, ¿cómo imaginamos una sociedad ecológicamente sostenible? ¿O una ciudad inteligente? ¿O las familias del futuro?
La tradición utópica, cuyo nacimiento se asocia convencionalmente con la publicación de Utopía de Tomás Moro en 1516, está íntimamente ligada a los orígenes del pensamiento de izquierdas. Varias generaciones de pensadores y escritores – desde los míticos Henri Saint-Simon, Charles Fourier y Robert Owen, hasta Étienne Cabet y William Morris – contribuyeron al utopismo con obras literarias y proyectos reales a pequeña escala. Para las incipientes ciencias sociales, el concepto de utopía – en realidad, eutopía, buen lugar en su acepción original griega, dado que utopía u outopía significa no lugar – se convirtió en el equivalente del laboratorio para las ciencias naturales. El género literario utópico sirvió para ensayar nuevos principios sociales con gran lujo de detalles: desde la emancipación de la mujer en Dellas, un mundo femenino (1915) de Charlotte Perkins Gilman hasta la nacionalización económica en Mirando atrás desde 2000 a 1887 de Edward Bellamy. Algunos de esos principios, como el sufragio femenino, la abolición del trabajo infantil o la educación universal, que pertenecieron en su momento al género utópico, hoy son realidad en un buen número de países del mundo.
Como explica el sociólogo Krishan Kumar, lo que caracteriza a la tradición utópica es, precisamente, su realismo. Esto la diferencia tanto del pensamiento pre-moderno como del religioso. La tradición utópica reconoce en el ser humano la capacidad de actuar sobre su entorno y cambiarlo. Desde sus orígenes, el género utópico ha demostrado cierta dosis de sobriedad, un deseo de no distanciarse de la realidad presente, dice Kumar. Aunque busca trascender el aquí y el ahora, pensar más allá de los límites convencionales del pensamiento social y político y dibujar la imagen de una sociedad buena, incluso perfecta, lo hace dentro del margen de lo posible, esto es, partiendo de las realidades psicológicas, sociales y tecnológicas existentes. Hasta que no existieron bocetos y maquetas de máquinas para volar, por ejemplo, la literatura no imaginó la posibilidad de viajar a la luna.
Fueron Marx y Engels quienes calificaron de utópicos a Saint-Simon, Fourier, Owen y otros socialistas decimonónicos por su falta de realismo al no asumir las condiciones materiales objetivas de la sociedad, identificar la lucha de clases como motor del cambio social y creer, por el contrario, en la transformación de la sociedad por medios pacíficos (fundamentalmente, a través del ejemplo). La enorme potencia explicativa del tipo de materialismo histórico, de base científica, impulsado por Marx, relegó rápidamente al socialismo utópico a un segundo o tercer plano. Han sido numerosos los pensadores que desde entonces, y aun reconociendo el valor explicativo (incluso predictivo) de la teoría marxista, acusan su falta de imaginación a la hora de concebir cómo sería esa sociedad ideal que seguiría a la abolición de las clases sociales y la evaporación del Estado que predecía Marx.
Es legítimo preguntarse hasta qué punto la izquierda actual sigue batallando con esa ausencia de imaginación que caracteriza al marxismo científico desde sus inicios. Desde los medios y la academia se incide cada vez más en la necesidad para la izquierda de hacer gala de creatividad y audacia política para abordar los grandes retos contemporáneos, desde la crisis económica hasta la migración y el cambio climático. ¿Es posible para la izquierda imaginar una utopía, una sociedad ideal del siglo XXI, que sirva de referente e inspiración para políticos y ciudadanos, asumiendo que es inalcanzable? En otras palabras, ¿es posible conjugar un proyecto utópico con un programa político de aplicación más inmediata?
Si al pensamiento político le faltan herramientas para ello, la literatura, el cine y las artes en general han demostrado ser un poderoso medio para imaginar sociedades futuras o alternativas, hacerlas tangibles con detalles concretos y sugerentes e inspirar con ello la conciencia y acción política. En ese sentido, la última gran generación de obras utópicas pertenece a los años 1970, coincidiendo con la emergencia de una nueva corriente política, el ecologismo. Destacan obras como Ecotopía (1975) de Ernest Callenbach en la que el autor imagina el funcionamiento concreto de un pequeño país independiente dentro de EEUU basado en el equilibrio entre sus habitantes y la naturaleza y el uso de la tecnología con este fin. Desde entonces, el género literario utópico se ha visto desplazado más y más por obras distópicas, a veces en un movimiento dialéctico, como las novelas de Aldous Huxley Un mundo feliz (distópica) y La isla (utópica) (el hecho de que la primera sea mucho más conocida que la segunda avala la tesis del predominio del imaginario distópico).
En la charla que Bauman daba en 2005 en la London School of Economics con el título ‘Living in utopia’ (Vivir en la utopía), a la que tuve la oportunidad de asistir y en la que se sorprendía del volumen de entradas asociadas a esta palabra en Google, planteaba asimismo que dicha noción se entiende hoy de un modo distinto a antaño. En lugar de meta ideal, compartida y, en principio, inalcanzable, la utopía hoy sería una huida hacia adelante sin meta definida; una huida en la que el individuo “sueña con lograr que la incertidumbre sea menos abrumadora y la felicidad más permanente” con el sólo hecho de comprarse ropa nueva o irse de vacaciones. ¿Significa eso que estamos ya en el mejor de los mundos y no es posible imaginar uno mejor? Para Bauman y probablemente la mayor parte de los ciudadanos la respuesta es no. Significa, eso sí, que la utopía, como intento de imaginar una sociedad mejor o ideal, no está de moda. Salvo excepciones, como Pacific Edge (1990) en la que el escritor estadounidense Kim Stanley Robinson imagina una California ecológicamente sostenible y la transición hacia ella, el imaginario utópico vive sus horas bajas. Poner de moda la utopía es reconocer que sin la imaginación humana no se hubiera producido ninguno o muy pocos de los avances sociales, políticos y tecnológicos que hoy conocemos. La historia demuestra que los sueños de hoy pueden ser las realidades de mañana.
Olivia Muñoz-Rojas
Una versión abreviada y aligerada de este texto se publicó en la sección de opinión de El País el 29 de mayo de 2015 con el título ‘El lugar de la utopia en el siglo XXI’
«By creating millions of networked people, financially exploited but with the whole of human intelligence one thumb-swipe away, info-capitalism has created a new agent of change in history: the educated and connected human being.» Paul Mason, ‘The end of capitalism has begun’, The Guardian, 17/07/15
Hello,
Just came by your articles on El Pais. My line of enquiry that you invoked got inflected in the following paragraph. An enjoyable if myself who specialised in reading and thus living in the moment. Ahora…is that not also the concern with immediate gratification?!
21st X