OPINANTAS / A. Fernández – La imagen de Susana Díaz siendo investida presidenta de Andalucía en avanzado estado de gestación nos recuerda a aquella otra fotografía de la embarazada Ministra de Defensa Carmen Chacón pasando revista a las tropas españolas en abril de 2008. Esta última imagen, junto con la formación de un ejecutivo constituido mayoritariamente por mujeres tras las elecciones de ese año, representó momentáneamente el cambio histórico que Rodríguez Zapatero decía querer impulsar en España en favor de la igualdad de género. Deliberadamente o no, el icono estaba servido: The Independent aconsejaba a Gordon Brown que imitara el ejemplo de España; La Stampa hablaba de revolución ibérica y Libération calificaba a Chacón como “la nueva arma de Zapatero contra el machismo”. La señora Chacón disfrutó de 42 días de baja por maternidad y de forma compartida con su marido, lo que fue alabado como un ejemplo de conciliación y de co-responsabilidad.
No hay duda de que Susana Díaz ha utilizado su propia maternidad como argumento político durante la campaña electoral: “quiero dejarle a mi hijo una Andalucía mejor que la que a mí me dejaron.” Ello combinado con su marcado personalismo y sus referencias constantes a su compromiso inquebrantable con Andalucía y los andaluces, transmiten una voluntad de empatizar con el electorado presentándose como alguien cuya motivación está más allá del desempeño de sus funciones y tiene que ver con su condición de madre preocupada por el futuro de su hijo. En varias ocasiones he escuchado llamar a Susana Díaz la “reina madre” del PSOE, lo que indica que esta imagen ha calado en la sociedad. No sabemos si la maternidad de Susana Díaz ha desempeñado un papel o no, pero lo cierto es que parece no haberle perjudicado ya que ha ganado las elecciones. Con respecto al disfrute de su baja, Susana Díaz se ha limitado a decir que su maternidad no afectará a su labor, ya que conciliará con normalidad como el resto de mujeres españolas.
Estos ejemplos muestran como la identidad de madre se está utilizando cada vez más en la arena política. Desde la óptica de la igualdad de género esto suscita las preguntas siguientes:
(i) ¿Favorece esta estrategia el acceso de las mujeres a altos cargos políticos o bien el hecho de ser madres las discrimina de forma similar a lo que ocurre con la generalidad de las mujeres españolas?
El concepto de capital erótico acuñado por Catherine Hakim puede resultar de utilidad para contestar a esta pregunta. Según la socióloga y sexóloga el capital erótico es “el poder de fascinar a los demás”, a través del atractivo sexual, la desenvoltura y el trato agradable y carismático. Si bien Hakim señala que el capital erótico está potencialmente en manos, sobre todo, de las mujeres, Olivia Muñoz-Rojas argumenta en una entrada de este mismo blog que, en el ámbito de la política, los hombres parecen haber capitalizado su atractivo mejor que las mujeres. Para ilustrar esta hipótesis, la autora proporciona ejemplos numerosos de caras jóvenes, atractivas y masculinas en la política europea actual – Yanis Varoufakis, Matteo Renzi, Pedro Sánchez, Alexis Tsipras, Albert Rivera, etc. – que contrastan con la casi ausencia de mujeres con este mismo perfil. Dado que el capital erótico, tal y como lo describe Hakim, no parece actualmente favorecer a las mujeres, ¿funcionan el embarazo y la maternidad como una modalidad del mismo en beneficio de una mayor presencia de las mujeres en altos cargos políticos?
Una posible vía para contrastar esta hipótesis es comparar los casos arriba mencionados con los de mujeres políticas que han dejado su maternidad al margen de su discurso y presencia pública. Éste parece ser el estilo de las mujeres del Partido Popular, más proclives a hacer de su vida familiar y su vida profesional compartimentos estancos, adoptando modos y maneras masculinos, también en concordancia con el liberalismo clásico que establece la bondad de una división nítida entre el ámbito público y de la razón – al que pertenecería la política – y el privado de las emociones y los afectos – al que pertenecería la familia. Todos recordamos el discreto y silencioso embarazo de Soraya Sáenz de Santamaría, quien se incorporó a su puesto transcurridos tan solo 10 días desde el parto. Pareciera que la Vicepresidenta del Gobierno quisiera que su maternidad no tuviese ninguna relevancia pública, incluida la derivada del disfrute de sus derechos legales. En la misma línea, Lucía Figar, también del PP, ha concebido tres hijas durante sus diferentes cargos en la Comunidad de Madrid, sin disfrutar jamás de su baja maternal completa. A pesar de ocupar el cargo de Consejera de Educación, no se le conocen declaraciones “como madre”. Antes de ser imputada, la Sra. Figar había ya manifestado su intención de abandonar la primera línea de la política argumentando que quiere dedicar más tiempo a sus tres hijas, como si el ámbito familiar y el político fueran imposibles de conciliar. Las declaraciones de Ana Mato diciendo que su momento preferido del día era ver cómo “vestían a sus hijos” está en consonancia con la idea de que ostentar un alto cargo público le inhabilita a uno para ocuparse de sus hijos directamente, obligándole a contratar a alguien para ello, algo fuera del alcance de la mayoría de las mujeres españolas.
¿Qué estrategia – la del PSOE o la del PP – es más conveniente para favorecer la presencia de mujeres en altos cargos políticos? Una foto fija y superficial del número de mujeres prominentes en uno y otro partido puede llevarnos a pensar que la estrategia de las mujeres del PP es más exitosa, pues hay en este partido muchas más féminas prominentes: Esperanza Aguirre, Soraya Sáenz de Santamaría, Cristina Cifuentes, María Dolores de Cospedal, Ana Pastor, Luisa Fernanda Rudi, Rita Barberá superan en número a las mujeres conocidas del PSOE, que se reducen, esencialmente, a Susana Díaz y Soraya Rodríguez.
(ii) ¿contribuye el uso de la identidad de madre, por el valor ejemplar-simbólico que se le supone, al avance de los derechos del resto de mujeres? (Es lo que parecía querer decir el diario Libération al calificar a Carmen Chacón de “arma contra el machismo”.) ¿O contribuye, por el contrario, a reforzar los estereotipos de género existentes?
A primera vista, parecería que es más eficaz como posición reivindicativa la de las mujeres del PSOE, ya que puede interpretarse como la defensa de una incorporación de las mujeres a la vida política con todas sus consecuencias y con plenos derechos, incluidos aquéllos derivados de la decisión socialmente deseable de procrear. Sin embargo, hay algo que chirría en la posición tanto de Susana Díaz como de Carmen Chacón: la actitud de ambas presenta la tarea de compatibilizar maternidad y dedicación a la profesión política como algo fácil. Ello oculta la enorme dificultad que encuentran las mujeres en general en esta misma tarea por muchas razones (configuración actual del mercado de trabajo, servicios públicos insuficientes y poco adaptados y estereotipos sociales imperantes, entre otros). Las imágenes de Chacón y Díaz no alcanzan ni de lejos la potencia reivindicativa de la imagen de la eurodiputada Licia Ronzulli sentada con su pequeño en su escaño del Parlamento con la intención explícita de simbolizar la dificultad de conciliar. Paradójicamente, al no exhibir su maternidad y renunciar a los derechos asociados a ella, la postura de las mujeres del PP tiene algo de honesto reconocimiento de que la conciliación es un mito, y que, si no eres funcionaria o puedes pagar a alguien, las relaciones entre los dos ámbitos se convierten casi siempre en conflictivas.
No hay duda de que la construcción social de la imagen de madre política está en marcha. Ello es un buen indicador, pues demuestra que hay más mujeres que acceden a puestos de responsabilidad que antes. Sin embargo, ¿cómo beneficia el uso político de esta identidad a las mujeres? Es posible que las mujeres del PSOE se estén quedando con lo peor de los dos mundos: por una parte, menos mujeres en primera línea de la política (por las mismas razones que en el sector privado), y, por otra parte, desactivación del potencial reivindicativo de la imagen de la madre alto cargo pues el uso que realizan de ésta refuerza el mito de la conciliación no problemática y, en suma, enmascara la difícil experiencia que viven millones de mujeres y familias españolas.
¿Serán capaces las lideresas emergentes procedentes de la nueva política y aupadas, entre otros factores por un discurso transformador de las relaciones de género, de encontrar la fórmula para provocar verdaderos cambios de comportamiento y legislativos a favor de la conciliación? Estamos expectantes.
Alicia Fernández López
Muy interesante, gracias!
Muy interesante! En la línea del artículo recomendar los trabajos de Emanuela Lombardo y Petra Meier sobre representación simbólica de género como dimensión de la representación política http://www.ashgate.com/isbn/9781409432364
Muy bien, Alicia, tu artículo plantea el problema con claridad y hace las preguntas pertinentes. «La respuesta está en el viento», que dice la canción, y nos toca a todas/os caminar hacia ella. Gracias!