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O.M-R. – ¿Habrá un antes y un después de la publicación de la foto de Aylan Kurdi? La ya icónica (o memética) imagen del niño sirio de tres años, cuyo pequeño cuerpo sin vida fue recogido en Bodrum, a orillas del mar Egeo, por un policía turco conmocionó a la ciudadanía europea a principios de septiembre, provocando algunas de las declaraciones más sentidas de sus representantes políticos en los últimos tiempos. También puso en evidencia la ausencia de un código universal sobre lo que es apropiado publicar. No era, desde luego, la primera fotografía en la actual crisis de refugiados de un niño fallecido que circulaba en las redes, pero esta tuvo un impacto excepcional. En su sencillez, su inmensa crudeza y ternura, la foto del pequeño Aylan encarna la vulnerabilidad absoluta de las víctimas de la tragedia de los desplazados por las guerras en Oriente Medio, apelando directamente a nuestro inconsciente colectivo: hay algo profundamente solemne, casi sagrado, en la efigie de un niño que parece dormir plácidamente. Los estudiosos de la imagen seguirán analizando en el futuro las razones más sutiles de la trascendencia de esta foto, del mismo modo que sucede con otras fotografías que han pasado a la historia como la de la niña Phan Thi Kim Phuc cuando huía desnuda de un ataque de napalm a principios de los años 70 en plena guerra de Vietnam.

Varios medios, siguiendo una regla tácita del periodismo en las últimas décadas, decidieron no publicar en portada la foto de Aylan yaciendo sobre la arena y solamente aquella en la que el policía turco aparece de espaldas mientras lo carga en sus brazos. La renuencia de estos medios a publicar la foto en primer plano del cuerpo sin vida de Aylan – y las detalladas explicaciones de los que sí lo hicieron – es indicativa de que sigue sin haber unanimidad sobre si es apropiado y necesario publicar la imagen de un niño muerto. ¿Precisamos ver fotos como esta para entender la dimensión de la tragedia que viven los refugiados de Oriente Medio, en este caso? ¿Necesitamos ver para movilizarnos y exigir respuestas a nuestros gobernantes? Más allá de nuestra emoción y empatía momentáneas, ¿sirven fotos como esta para cambiar políticas, situaciones, vidas, en definitiva? El debate no es nuevo, pero conviene mantenerlo abierto y no dejar de interrogarnos sobre los límites éticos de la fotografía publicada y las motivaciones tanto del que publica como del que consume las imágenes publicadas. Surgen además nuevas preguntas en el mundo virtual en el que vivimos, donde las imágenes circulan a toda velocidad, en el que coexisten cauces formales e informales de información que no siempre comparten los mismos criterios éticos y profesionales, y en el que conviven promiscuamente imágenes de refugiados a punto de ahogarse con instantáneas de nuestras vacaciones en la playa y anuncios de cruceros por el Mediterráneo.

NO IMAGE AVAILABLE

A juzgar por la oleada de compasión que recorrió a la opinión pública del continente en los días posteriores a la publicación de la foto de Aylan, parecería que los ciudadanos sí necesitamos ver y ser sacudidos por lo que vemos para entender lo que está sucediendo antes de movilizarnos y exigir respuestas a nuestros gobernantes. La continua exposición mediática a tragedias humanas de toda índole, hace que nos volvamos cada vez más insensibles al sufrimiento ajeno, especialmente si este se da en lugares remotos o entre poblaciones con las que nos identificamos menos. Es lo que la periodista y académica Susan Moeller define como ‘fatiga de la compasión’. Para sacarnos de dicha fatiga hace falta mostrar imágenes cada vez más fuertes, que respondan a los estereotipos imperantes de fragilidad y vulnerabilidad (niños, mujeres maltratadas…) o con las que podamos identificarnos en mayor medida. Así, el hecho de que el pequeño Aylan se pareciera a cualquier niño europeo, señalan varios autores, es una razón añadida para explicar el impacto de la imagen.

Desde luego, los medios de comunicación tienen la obligación de informar al público de las dificultades y el horror en el que viven individuos y poblaciones enteras y el público tiene la responsabilidad de recibir esa información y no mirar para otro lado. Ahora bien, ¿es el deber de informar la única motivación de los medios para publicar determinadas fotografías? ¿Acaso esa necesidad de sacudirnos la fatiga de ver y hacernos reaccionar no obedece también a la necesidad de competir con otros medios y con las redes sociales por mantener seguidores y audiencias?  Por otra parte, como consumidores de medios y redes, ¿acaso no satisfacemos una suerte de necesidad de autocomplacencia al emocionarnos momentáneamente ante imágenes como la del pequeño Aylan?

Hace aproximadamente dos décadas comenzó a producirse lo que algunos autores identifican como un ‘giro afectivo’ (affective turn) en la manera de representar e interpretar el mundo. En pocas palabras, el cuerpo, los afectos y las emociones pasaron a ocupar el lugar central que ocupaban antes la mente, la racionalidad y la distancia emocional a la hora de generar y filtrar la información y el conocimiento.  La popularidad de nociones como empatía e inteligencia emocional y su aplicación en numerosas esferas de la vida, pero también el reconocimiento de las diferencias físicas y sexuales, así como del impacto de las experiencias dolorosas y traumáticas en las personas, son síntomas de este giro. El ‘giro afectivo’ ha ayudado a visibilizar y aumentar la sensibilidad pública hacia colectivos vulnerables, marginales o percibidos como diferentes. Desde este punto de vista, aunque sean de naturaleza efímera, la compasión y la empatía suscitadas por una fotografía son algo positivo desde el momento en que sirven para cambiar políticas a favor de un colectivo en desventaja. Sin embargo, algunos teóricos críticos como Sarah Ahmed alertan sobre como la sobrerrepresentación del dolor ajeno fija al otro (los refugiados) como el que sufre, estableciendo implícitamente que éste sólo podrá superar ese sufrimiento cuando nosotros (los europeos) nos sintamos suficientemente sacudidos emocionalmente como para actuar.

En esta era que conjuga los afectos con lo virtual parece difícil establecer códigos comunes sobre lo que es conveniente y preciso ver. Por un parte, el actual énfasis (en principio positivo) en cómo nos sentimos en el mundo y ante él legitima la subjetividad de cada uno para juzgar tanto la conveniencia como la oportunidad de una imagen. Por otra parte, la responsabilidad de debatir y decidir sobre si una imagen de potencial interés público debe compartirse ya no es exclusiva de las agencias de noticias y los grandes medios. Tampoco ha pasado a serlo de la multitud de portales de Internet. Cada uno de nosotros, en nuestros perfiles sociales y profesionales, nos hemos convertido en agencias de información individuales con el poder de transmitir y censurar imágenes. Lo queramos o no, sea con la cabeza o con el corazón, todos estamos obligados a participar de esta reflexión e interrogarnos sobre el sentido y la pertinencia de publicar, consumir y circular infinitamente imágenes como la del pequeño Aylan.

Olivia Muñoz-Rojas

Una versión más reducida de este artículo se publicó en la edición impresa de El Correo el 25 de octubre de 2015 con el título ‘Imagen y sensibilidad’. La autora lamenta que se eligiera la fotografía en primer plano de Aylan yaciendo en la arena para acompañar el texto. Aunque puede entender la necesidad de recordar a los lectores la fotografía a la que hace referencia el artículo, la intención de éste era, precisamente, cuestionar la necesidad de reproducir imágenes como la del pequeño niño sirio fallecido.  

2 pensamientos en “Imagen no disponible

  1. La noticia publicada por La Vanguardia el 30 de octubre informando que más de 70 niños han fallecido en el Egeo después de la muerte de Aylan Kurdi no hace sino reforzar la idea de que imágenes como la del pequeño niño sirio fallecido no sirven necesariamente para cambiar políticas, situaciones, vidas, en definitiva, en la medida que quizá esperan aquellos que las publican y comparten. El caso de Aylan Kurdi debería hacernos reflexionar seriamente sobre la banalización del sufrimiento. Anticipando dicha banalización, debería primar el respeto a la dignidad de un cuerpo sin vida, especialmente la de un niño inocente, y evitarse la publicación de imágenes como esta.

  2. Gracias por este breve y lúcido artículo que despierta preguntas sobre el impacto de las imágenes publicadas en medios, pienso que muchas veces la imagen acompaña la premisa «si veo, entonces creo», como dices. Por otro lado, como también lo señalas, la competencia por atraer la atención del público deja de lado criterios éticos. Sin duda esta discusión dá para mucho, pero considerando el dicho «una imagen vale más que mil palabras», pienso que la nota no hubiera impactado tanto sin la imagen que sirve de testimonio, pero estoy de acuerdo contigo en que quizá pudieron haberla omitido y haber utilizado entonces una ilustración, u otros medios gráficos para resaltar la importancia de la noticia.

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