*O.M-R. – Desde que escribí este texto a principios de marzo, se han aprobado nuevas restricciones en Francia que afectan, entre otras, a la región de París. Se trata de un tercer confinamiento sui generis que tiene más por objetivo limitar nuestros contactos que encerrarnos. Podemos estar al aire libre sin límite de tiempo, dentro de un perímetro de 10 kilómetros, mientras no nos juntemos entre nosotros. Por lo demás, todo sigue cerrado y ahora, también, los comercios ‘no esenciales’, aunque con bastantes excepciones (floristerías, peluquerías… )
Los psicólogos y terapeutas, desbordados de trabajo en la actualidad, escuchan a sus pacientes más allá de las palabras que salen de su boca. ¿Qué temores y preocupaciones profundas contienen esas palabras? ¿Qué es lo que, realmente, está diciendo el paciente? ¿Quizá se trata, incluso, de algo muy distinto de lo que significan, estrictamente, sus palabras? Mientras escuchaba a Victoria Abril en sus recientes y polémicas declaraciones sobre la pandemia, no podía evitar identificarme con la desesperación que me parecía percibir en ellas. Como Abril, resido en París, una ciudad que languidece desde hace meses, posiblemente, como otras en el mundo. Pero París no es cualquier ciudad; era la ciudad más visitada del mundo, icono de las artes, lugar de efervescencia cultural y gastronómica por siglos. Más allá de su arquitectura, impertérrita, nada de lo que hacía de París, París, existe en este momento. Al igual que en el resto de Francia, desde finales de octubre pasado, todos los museos, teatros, cines, cafés, bares y restaurantes, así como todos los centros deportivos y de ocio, y, más recientemente, centros comerciales, permanecen cerrados hasta nueva orden. Tras un segundo confinamiento domiciliario que duró desde finales de octubre hasta mediados de diciembre, en el que las escuelas pudieron permanecer abiertas, se reinstauró el toque de queda que regía previamente a las ocho de la tarde, el cual, a partir de mediados de enero, se amplió a las seis. Ahora, se aplica, asimismo, un confinamiento domiciliario durante los fines de semana en las localidades con más incidencia del virus.
Cuando la vida se reduce a trabajar, comer y dormir por meses, cuando ni tan siquiera la perspectiva de salir a airearnos tras la jornada de (tele)trabajo o durante el fin de semana existe, y ante la ausencia de un horizonte en el que poner la mirada, es humano sentir frustración y hacerse preguntas. Para aquellos que trabajan en el mundo de la cultura y las artes, de los más afectados por esta crisis, es posible que la situación se viva con mayor intensidad. De por sí, los espíritus creativos, artísticos, muchos con la sensibilidad a flor de piel, tienden a sufrir más la privación de libertad y la ausencia de la espontaneidad que permite el contacto humano. Hace falta vivir, nutrirse de encuentros, experiencias y otras artes para crear, y sin crear, los artistas, difícilmente viven. Desde luego, muchos tratan de hacerlo pantallas mediante y habrá quien diga que existen ejemplos, a lo largo de la historia, de escritores y músicos que crearon obras maestras en cautiverio. Pero en la situación actual, se supone, tampoco somos cautivos. Es, precisamente, este estado de indefinición existencial en el que, por una parte, la vida sigue —nos levantamos cada mañana y nos acostamos cada noche en el confort relativo de nuestro hogar— y, por otra, muchas de las cosas que le dan sentido a aquella ya no están, el que induce a la languidez y la desazón y, por momentos, la incomprensión y la ira.
Examinar la situación de los vivos “sin filtro”, parafraseando las palabras de Abril al disculparse por sus declaraciones, no implica negar la enfermedad, la muerte y el sufrimiento que, de manera directa, está causando el virus a millones de personas en el mundo. Es esta concurrencia de realidades generada tanto por la pandemia en sí como por las restricciones sanitarias, tan compleja ética y moralmente hablando, la que, me parece, debemos asumir con mayor consciencia y generosidad de espíritu. No todos estamos dotados de la misma capacidad para el estoicismo y no todos tenemos las mismas necesidades. Aquello que constituye un bien o una actividad esencial para unos, no lo es para otros, más allá de lo que decida el Estado. Por supuesto, quien se expresa públicamente, como lo hizo Abril, tiene una responsabilidad añadida sobre lo que dice y debe ser consciente, a su vez, de la trascendencia de sus opiniones en un contexto tan delicado como el actual. Mas, en un mundo ideal, debería ser posible distinguir entre aquellas apreciaciones cuyo propósito es mentir, confundir o agredir al prójimo y aquellas que, siendo, tan inoportunas como erradas**, nacen de un estado de impotencia y desasosiego. Regresando a la idea con la que abría esta reflexión, en la actualidad, y esto es algo que constatan cada vez más las autoridades médicas, todos, de una manera u otra, sufrimos mentalmente por la pandemia. Convendría escucharnos unos a otros desde esta premisa.
En un reciente encuentro de Macron con jóvenes de la periferia parisiense, al presidente galo se le escapó una frase que daba a entender que las medidas de cierre más restrictivas permanecerían entre cuatro y seis semanas más. Agarrándose a ella, los medios franceses sugirieron, rápidamente, un nuevo horizonte de apertura: abril. Aunque, inmediatamente, el ministro de Sanidad pidió cautela, la fecha se instala, progresivamente, en el inconsciente colectivo. Quizá porque la etimología de la palabra abril la relaciona con la diosa Afrodita, símbolo de la primavera, el amor y la vida o, directamente, con la palabra aperire, abrir en latín.
Olivia Muñoz-Rojas
*Este artículo se publicó originalmente en la sección de Opinión de El País el 9 de marzo de 2021.
** Al hilo de los comentarios ‘complotistas’ de Abril sobre las vacunas, y a la vista de la polémica real que está generando la vacuna de Astra Zeneca en estos momentos, es legítimo preguntarse por la seguridad y la eficacia de estas vacunas. Numerosos ciudadanos, entre los que me incluyo, sin haber sido nunca antivacunas, habiéndose vacunado y habiendo vacunado a sus hijos conforme a las recomendaciones de las autoridades sanitarias siempre, sienten aprensión en este caso particular. Sería bueno que las autoridades médicas tomaran nota de ello y, en lugar, de ridiculizar o estigmatizar a aquellos que manifiestan sus dudas, se esforzaran por explicar y demostrar que, efectivamente, estas nuevas vacunas son seguras. O, si no tienen plena certeza sobre ello – entre otras cosas, porque no existe todavía evidencia clínica retrospectiva a gran escala -, lo expreseran así, permitiendo a los ciudadanos decidir libremente sobre las ventajas y posibles desventajas que implica, en su caso particular y a partir de la información disponible, vacunarse y hacerlo con esta o aquella otra vacuna.
Excelente texto. Más allá de que sería deseable que la gente se exprese con conocimiento de causa y con evidencia sólida que respalde sus opiniones, todo el mundo tiene derecho a decir lo que siente en un momento tan dificil como este. Así es la realidad. Si en el ejercicio de esta libertad individual, se hiere a terceros entonces es oportuno disculparse y corregir pero jamás se puede renunciar a decir lo que se siente y menos aún en un momento en el que, en nombre de la seguridad, se está atacando lo que nos hace libres y felices.
La creatividad facilita volar en este abismo; pero también encontrarnos con los monstruos.
Gracias por darnos ánimos para proseguir.