Home

*O. M-R. – Cuando visité la Galería Nacional de Arte Moderno de Delhi por primera vez este verano, me llamó la atención una pintura de un paisaje húngaro en medio de representaciones de motivos indios de otros artistas del subcontinente, que luego entendí era de la icónica artista india Amrita Sher-Gil. Nacida en 1913, de madre húngara y padre indio, Sher-Gil se movió durante sus escasos 28 años entre Europa y la India, ahondando y desplegando su identidad mestiza a través de una poderosa y prolífica obra, a menudo colorida y con una predilección por el cuerpo femenino. No pude evitar ver un paralelismo inmediato con Frida Kahlo el cual, descubrí posteriormente, se ha convertido en un cliché, habiendo quienes se refieren a Amrita como ‘la Frida india’. Sea como fuere, el descubrimiento de Sher-Gil, me animó a reflexionar nuevamente sobre el mestizaje cultural, pero también sobre cómo cambia la historia del arte cuando contamos la vida y la obra de mujeres como Amrita, Frida o, por introducir otro ejemplo de artista mestiza, Edmonia Lewis, la pionera escultora afro-indoamericana que emigró a Europa en el siglo XIX, a quien también descubrí recientemente.

Edmonia Lewis, en torno a 1870, National Portrait Gallery. (Wikimedia Commons)

Nacida en 1844, los datos sobre la infancia de Lewis son confusos, pero parece que quedó huérfana y vivió por un tiempo con sus tías ojibwe cerca de las cataratas del Niágara. Su hermano se enriqueció en California con la fiebre del oro y decidió financiarle sus estudios en las primeras instituciones educativas abolicionistas, abiertas a afroamericanos y mujeres, en Oberlin, Ohio. Fue, más tarde, en Boston, donde Edmonia comenzó a esculpir, mostrando un gran talento. Utilizando el estilo neoclásico, inmortalizó a los héroes del movimiento abolicionista, pero también motivos de su herencia ojibwe. El éxito de sus esculturas en los círculos abolicionistas le permitió financiarse su traslado a Roma. Allí, buscaba, no sólo aprender de los grandes maestros de la escultura clásica, sino encontrar un hogar en el que no se le recordara constantemente su color de piel. Continuó su carrera con gran éxito hasta que el estilo neoclásico dejó de estar de moda. Ya no regresó a Estados Unidos, salvo temporalmente para exposiciones y encargos específicos, algunos de muy alto nivel.

Frida Kahlo en 1932, fotografiada por su padre Guillermo. (Wikimedia Commons)

En 1907, el año que fallecía Edmonia en Londres, nacía Frida Kahlo, de padre alemán y madre mexicana, en la Ciudad de México. La sufrida e intensa vida de Kahlo –sus problemas de salud a raíz de la polio y un accidente de autobús a los 18 años, su bisexualidad, sus infidelidades en respuesta a las de su esposo, el muralista Diego Rivera– es quizá más conocida para el público gracias a un boom de exposiciones, libros y películas de los últimos lustros. Frida creó un estilo y una estética muy propios en los que mezclaba sus raíces indígenas con un lenguaje en apariencia surrealista, pero que ella no veía como tal.

Amrita Sher-Gil en 1936 en una fotografía posiblemente tomada por su padre Umrao Singh Sher-Gil. (Wikimedia Commons)

Cinco años más joven que Kahlo, Amrita Sher-Gil, hija de un reputado profesor de sánscrito de origen punjabi y una cantante de ópera húngara de origen judío, creció entre Europa y la India, en un ambiente aristocrático, culto y cosmopolita. A diferencia de Frida, que no recibió educación artística formal, Amrita acudió a una escuela de arte florentina a los 13 años y a los 16 ingresó en la Escuela de Bellas Artes de París. Su dominio de la técnica europea le valió la medalla de oro en el Gran Salón de 1933. Sin embargo, al igual que Frida, Amrita terminaría encontrando su mayor fuente de inspiración en su herencia no europea. Tras viajar un tiempo por el sur de la India, empapándose de sus colores y tradiciones pictóricas, terminó instalándose definitivamente en el país. “Sólo puedo pintar en la India. Europa pertenece a Picasso, Matisse, Braque… la India me pertenece sólo a mí”, dijo en una célebre frase. Adoptó la indumentaria local, con su predilección por las telas de colores fuertes, la joyería y el maquillaje pesados, y como Frida, la convirtió en una seña de identidad y estilo. Un trayecto hasta cierto punto invertido al de Edmonia que se identificó plenamente con el lenguaje de la Europa clásica con el que dio forma a cuerpos no europeos.

Kahlo y Sher-Gil eran abiertamente bisexuales y mantuvieron numerosas relaciones, incluso después de casarse. Si en el caso de Frida, sus numerosos autorretratos constituyen una exploración del cuerpo a partir del dolor físico, el narcisismo de Sher-Gil es en apariencia más esteticista. Se especula también con la sexualidad de Lewis, aludiendo, además de a su vestimenta andrógina, a un episodio en el que ofreció vino caliente, presuntamente, con afrodisiacos a dos compañeras de Oberlin. Ninguna de las tres artistas fue madre. Frida sufrió varios abortos que inspiraron algunos de sus lienzos más tortuosos y es posible que Amrita falleciera de complicaciones posteriores a un aborto.

No se cruzaron entre ellas y no es claro que Amrita y Frida supieran la una de la otra, o de su antecesora Edmonia, pero tanto sus biografías como su obra son un canto a la emancipación femenina, al mestizaje y a la fuerza del arte que conviene transmitir a las nuevas generaciones.

Olivia Muñoz-Rojas

*Este artículo se publicó originalmente en el suplemento Babelia de El País el 19 noviembre de 2022 con el título ‘Edmonia, Frida y Amrita: tres mestizas’.

Anuncio publicitario

Leave a Comment

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s